Año electoral, como es el que comienza, significará clarificación en el alineamiento de fuerzas y por tanto el abandono de las medias tintas que han caracterizado al que terminó. Los partidos tradicionales han tenido tiempo para procesar la sorpresa de la elección de alguien surgido desde fuera de sus filas, y seguramente están ya en capacidad de abandonar la actitud de tanteo del terreno que ha colocado a la política en una calma inusual en nuestro medio. Lo que se viene no será parecido a lo que hemos visto en la primera cuarta parte del Gobierno actual. Es probable que la realización de las elecciones cambie radicalmente el panorama en la medida en que –presos de escasa creatividad– los estrategas electorales tienden a definir las posiciones en referencia al Gobierno, a favor o en contra, lo que dicho sea de paso es uno de los ingredientes del movimiento pendular permanente de la política ecuatoriana. Pero, para tranquilidad de las renovadas esferas gubernamentales, definirse como oposición de un gobierno débil como el actual no otorga esa imagen de grandiosidad que tanto gusta a políticos y electores. Por tanto, si el Presidente no baja a la arena electoral podrá cumplir la primera mitad del mandato sin mayores sobresaltos. Pero eso es poco probable en una persona que ha mostrado un comportamiento de confrontación permanente y en quien sigue siendo el director de un partido minúsculo que deberá ponerse a prueba en lo que insistentemente ha denominado encuestas de carne y hueso.

Hay que considerar que, desde que los partidos más fuertes se alejaron de las posibilidades de mantenerse como organizaciones de alcance nacional, las elecciones municipales y provinciales cobraron tanta importancia como las de diputados. Sus principales figuras ya no apuntan al Congreso sino a las alcaldías. Allí tienen ya a varios de sus líderes históricos y esperan mantener el control de esos espacios que les proporcionan más réditos que la siempre desprestigiada diputación. El Municipio hace la obra visible, aquella que al ser inaugurada recibe espacio en la primera plana de la prensa, mientras el Parlamento procesa leyes que finalmente nadie las conoce ni las cumple. No es, entonces, errado el interés en esos puestos y por ello no es despreciable lo que pueda suceder en estas elecciones. En buena proporción, la supervivencia de los partidos dependerá de la capacidad que tengan para mantener lo conseguido o para ampliar su influencia en los niveles locales y provinciales.

En esas condiciones, la elección significa no solamente votos para alcanzar los puestos en disputa, sino también recursos para que una vez conseguidos estos funcionen adecuadamente. En una administración centralizada la asignación de los recursos depende de decisiones que se toman en el Ministerio de Economía, de manera que desde la campaña electoral pueden manifestarse las presiones sobre el presupuesto del Estado, con lo que nuevamente el Gobierno se encontrará en el ojo de la tormenta. Es de esperar que cuente con una estrategia para evitar los efectos negativos del denominado ciclo político de la economía.