Los días posteriores a aquella tarde del 11 de diciembre del 2000, el rostro de Fernando Quiñónez Sánchez apareció en las primeras páginas de varios diarios y en los noticiarios de televisión, desde donde lo llamaban para entrevistarlo. La tarde de aquel día, un hecho fortuito lo convirtió en héroe. Un incendio en uno de los departamentos del quinto piso de las casas colectivas ubicadas a un costado de la avenida Quito, lo sacó de su rutina: esperar el expreso que lo llevaría a cumplir su jornada de estibador en el Puerto Marítimo.

Al llegar al sitio donde ocurría el incendio, Quiñónez vio cómo una mujer intentaba, llevando tres niños, escapar del fuego al filo de una cornisa, a 15 metros de altura. En pocos segundos, Quiñónez subía las paredes del edificio, pretendiendo llegar hasta el piso donde estaban la mujer y los menores. Aunque en el incendio murió una persona, Fernando Quiñónez salvó a quienes balanceaban en la cornisa del edificio.

Uno a uno fue trasladándolos hacia un lugar más seguro, con el evidente riesgo de caer hacia el vacío. En los días posteriores, las ocupaciones normales de Quiñónez –las de un estibador– fueron trastrocadas por las invitaciones para asistir a reuniones donde se lo condecoró.En menos de dos semanas recibió quince diplomas, entre ellos, los que le entregaron el Congreso Nacional y la Gobernación de la provincia. Como premio, la Cámara de Comercio de Guayaquil lo empleó como conserje y el Gobierno, por medio del Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi), le ofreció donarle una casa.

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La vida de Quiñónez cambió tras esos hechos: se casó con Maricela Tello (de 21 años) y tiene dos hijos, dejó el trabajo en la Cámara donde ganaba 136 dólares por un empleo como encargado de la seguridad en un centro médico, por el que le pagan 180 dólares además de  sobretiempo. Sigue viviendo en la casa de su madre, en una de las manzanas de Las Malvinas, un barrio marginal del sur de Guayaquil. La casa que le fue prometida aún no está a su disposición. “Hubo actos a los que asistí para la entrega del título de propiedad, pero aún no recibo las llaves para entrar a ella”, dice.

En un acuerdo entre el Miduvi, el Municipio –que donó el terreno–, y el club Rotario, la vivienda que ya está construida y está ubicada en la manzana 166, solar 6, en una ciudadela junto a la vía Perimetral, en el norte de Guayaquil, debió ser entregada hace un año. Quiñónez se queja porque la donación se fue posponiendo. “Ahora tengo temor de que ya no me la entreguen. Esto afectaría a mi familia porque no tengo un sueldo como para alquilar una casa”, agrega.

Dejó de laborar para la Cámara por un mejor sueldo, pero no es suficiente, dice. Su aspiración es poner una distribuidora de embutidos, pero para eso necesita un lugar fijo: “Desde que me ofrecieron la casa, tengo esperanza de una mejor vida para mi familia, pero no es posible si no la tengo”. Él recuerda con alegría aquella tarde de diciembre: “Fue un acto voluntario que repetiría si alguien peligra”. (RGS).