Si algo quedó claro el 23 de septiembre pasado, durante el discurso de Kofi Annan en la reunión de la Asamblea General de la ONU celebrada en Nueva York, es el rechazo al uso unilateral y anárquico de la fuerza para resolver conflictos internacionales. 

Esta premisa no se contrapone al derecho de autodefensa que poseen los países de la región; solo advierte de la necesidad de legitimar un ataque por medio del organismo que fue creado, entre otras cosas, para mediar en los conflictos.

Detrás de la abierta declaración de Annan contra la actitud de EE.UU., Inglaterra y sus aliados en la invasión a Iraq, yace la necesidad de introducir cambios radicales en el sistema de las Naciones Unidas, una inquietud que fue enunciada por Annan.

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La necesidad de ampliar el Consejo de Seguridad de la ONU fue propuesta por el Secretario General. Actualmente este ente regulador está conformado por quince miembros, pero solo cinco de ellos (Francia, China, Rusia, Inglaterra y EE.UU.) son permanentes y tienen derecho al voto. Alemania, Brasil e India exigieron ser miembros, mientras Japón lucha por ser permanentemente en el Consejo.

La posición enérgica que demostró Annan durante la última Asamblea General se contrapone a la real influencia que tiene la ONU sobre países como los Estados Unidos e Israel que han desoído el veto del Consejo de Seguridad en sus decisiones.

La explicación está lejos de ser compleja. Estados Unidos es el principal contribuyente financiero de las Naciones Unidas. A lo largo de la historia, la ONU ha impuesto sanciones que sí se han cumplido, como en Afganistán, Angola, Etiopía, entre otros. Kofi Annan es la única persona que puede responder por qué.