Cynthia Lucero, ecuatoriana  que dejó una  huella en la vida.

“Este es mi último e-mail  antes de la maratón...”, “Haré un reporte final...”, así escribió antes de la competencia de  Boston la ecuatoriana Cynthia Lucero Córdova, pero ese informe nunca llegó. Así como tampoco arribó a la meta, pues en la milla 20 de la prueba que se corrió el 15 de abril, la muerte comenzó a coquetearla.

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Lo que sucedió ese día cuando la atleta, que cuatro días antes había obtenido el doctorado en sicología en el Massachusetts School of Professional Psychology, se desplomó sobre la calzada fue un anuncio de que el final de su vida estaba cerca, pues la declararon clínicamente muerta dos días después, esto es el 17 de abril.

Hoy, con una fuerza interior que le impide derramar las lágrimas que asoman a sus ojos, su padre, Héctor Lucero Solís, cuenta que él y su esposa, Martha Córdova Salgado, departieron con su adorada Negrita (como la llamaban) hasta la milla 17, de las 26 y media que debía recorrer en la competencia atlética. Allí los abrazó, sonrió con  ellos, tomó un poco de agua y continuó.

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Dos millas después un amigo israelita, que estudió con ella la universidad, la volvió a ver contenta. Estaba feliz, motivada, porque al participar en la prueba colaboraba con una institución de lucha contra la leucemia. Pero en la milla 20, llegó el momento fatídico. Ante la mirada de Carol Slipowitz, madre de un niño autista al que Cynthia ayudó a crecer con sus conocimientos de psicología, las fuerzas de la deportista flaquearon. Tropezó una y otra vez hasta que de pronto se cayó sobre la calzada.

La razón de su desmayo jamás se la conoció. Aunque muchos coinciden en que se deshidrató demasiado, no hubo un diagnóstico, dice su acongojada madre, quien tras sus gruesos lentes esconde una mirada perdida por la desaparición de la más traviesa de sus tres hijos. De la joven alegre que siempre fue su mejor amiga y que, desde que estudió en el colegio San Francisco de Asís de Guayaquil, fue solidaria y humanitaria.

En su hogar y donde estudió recuerdan que cada fin de año ella hacía colectas para comprar  alimento o ropa que luego entregaba a personas de escasos recursos económicos, como los ancianos del Hogar San José, institución a la que hasta hoy el matrimonio Lucero Córdova sigue ayudando.

Ayer los restos cremados de Cynthia fueron trasladados a Salcedo, Cotopaxi, donde están sus raíces. Allí, junto a sus abuelos, sus padres decidieron dejar lo que quedó de su organismo. Porque en cuanto falleció –tal como ella lo anheló– al New England Organs Bank (Banco de Órganos Nueva Inglaterra) le entregaron sus córneas, corazón, piel, hígado, riñones, pulmones, parte del intestino delgado, huesos, venas y arterias.

Con eso, después de muerta la atleta realizó una de las tantas obras de beneficencia que hizo en Ecuador y Estados Unidos, donde también dio ayuda psicológica a los familiares de las víctimas del atentado a las Torres Gemelas.
Así fue Cynthia. Así la describen sus familiares y amigos, quienes de a poco superarán el dolor de no verla pero eternamente recordarán las acciones de su querida Negrita.

Reacciones

“ Tengo excelentes recuerdos de ella. Fue muy buena alumna, luchadora y perseverante.  Si se proponía algo, jamás paraba hasta lograrlo”.
LoLy Urquizo de Rodríguez
Orientadora del San Francisco

“No es porque hoy está muerta, pero Cynthia  fue muy noble, colaboradora, buena compañera, sencilla y dulce. Daba gusto ver sus exámenes, siempre sacaba 20”.
Isabel Montiel de Flores
Ex dirigente en el San Francisco

“Siempre decíamos que debe ser bonito no morir del todo, sino donar nuestros órganos para darle vida a otros seres y ahora ella tenía firmado un documento, con un testigo, en el que donaba todo cuando muera”.
Héctor Lucero Solís
Padre de la deportista

“Desde niña era incansable. Siempre estaba haciendo algo. En fin de año iba  a las fábricas a pedir juguetes y caramelos que luego los regalaba a los pobres”.
Jonathan Lucero Córdova
Hermano de Cynthia