Este año se cumple un cuarto de siglo desde que Francis Fukuyama publicó El fin de la Historia y el último hombre (Editorial Planeta, 1992). El libro forma parte de ese grupo de obras a las que se acostumbran a criticar sin leerlas. En muchos círculos académicos del mundo se ha vuelto hablar de él, y frente a los recientes eventos, muchos han comenzado (finalmente) a leerlo.

La concepción cliché que tuvo la obra es que se trataba simplemente de un proyecto para legitimar el triunfo del liberalismo de Occidente, frente a la caída del imperio soviético. El colapso del imperio soviético marcaba el fin de la confrontación ideológica que había dominado el mundo durante el siglo XX. Con el triunfo del liberalismo, la historia habría llegado a su final, se decía que Fukuyama decía. Con semejante caricatura, era fácil criticar al autor. El ataque a las Torres Gemelas, el surgimiento del radicalismo islamista, la crisis financiera de 2008, todo ello parecía desmentir el supuesto optimismo de Fukuyama.

Con tan simplista análisis, cualquiera descartaría el mencionado libro. Fukuyama jamás argumentó que la historia se detendría con la caída soviética. Su análisis es mucho más elaborado que eso. El libro propone una interesante hipótesis de cómo los conflictos interactúan en el marco del desarrollo social. Para ello toma como punto de partida a Hegel, y su visión dialéctica de la historia, a través de las enseñanzas del conocido pensador ruso Alexander Kojeve, autor de una de las interpretaciones más reveladoras del pensamiento hegeliano. Pero este es solo el punto de partida, pues, para Fukuyama la clave del desarrollo dialéctico no radica ni en la complicada metafísica hegeliana, ni en lo que fuera su principal descendencia: el “materialismo dialéctico” marxista, sino en una combinación única del desarrollo científico de Occidente, el liberalismo político y la economía de mercado.

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Estos factores habrían logrado una síntesis tal para producir una sociedad muy cercana a un ideal de plenitud. Esto no implica que los conflictos hayan terminado, pues, el deseo de reconocimiento seguirá latente, pero las sociedades liberales están mejor equipadas para sosegarlos. Es en este punto donde el libro gira hacia “el Último Hombre”, siguiendo la visión pesimista de Nietzsche sobre la frivolidad y superficialidad del mundo moderno, carente de heroísmo, y dominado por la cultura de las celebridades. Uno en el que solo un Donald Trump podría haber llegado donde llegó. “El fin de la Historia será una época muy triste”, dice Fukuyama en su libro. Quizás tenía razón. (O)

hernanperezloose@gmail.com