En un portal de noticias de internet leí: fue hallado en la ciudad de Tokio un muerto en pijama. Hasta aquí, todo bien; creo que la mayoría de la gente que muere con el pijama puesto, o bien: a) muere durmiendo, lo cual es una bendición; o bien b) estaba junto a sus familiares o en una cama de hospital; la muerte no les llegó de repente, y todos tuvieron tiempo de acostumbrarse a la “indeseada de las gentes”, como la llamaba el poeta brasileño Manuel Bandeira.

Continúa la noticia: cuando falleció, se encontraba en su habitación. Descartada, por tanto, la hipótesis del hospital, nos queda solo la posibilidad de que muriera mientras dormía, sin sufrir. Pero queda aún otra posibilidad: asalto seguido de muerte. Pero quien conozca Tokio sabe que esa gigantesca ciudad es uno de los lugares más seguros del mundo. El muerto no tenía signos de violencia. La Policía Metropolitana afirmó en un periódico que casi con toda seguridad había muerto de un repentino ataque al corazón. Descartado el homicidio.

El cadáver había sido descubierto por unos empleados de una empresa de construcción en la segunda planta de un edificio de viviendas que estaba a punto de ser demolido. Todo nos lleva a pensar que, ante la imposibilidad de encontrar un lugar para vivir en una de las ciudades más densamente pobladas y más caras del mundo, nuestro muerto en pijama había decidido instalarse donde no tenía que pagar alquiler.

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Y entonces llega la parte trágica de la historia: nuestro muerto era apenas un esqueleto en pijama. A su lado había un periódico abierto con una fecha muy anterior: llevaba allí 20 años. Y nadie lo había echado en falta. El hombre fue identificado como un antiguo trabajador de la compañía que había construido el edificio de viviendas, adonde se mudó al principio de los años 80, poco después de divorciarse. Tenía poco más de 50 años el día que, mientras leía el periódico, dejó de repente este mundo.

Su exmujer nunca lo buscó. Fueron a la empresa donde él había trabajado y descubrieron que, una vez concluida la obra, se había declarado en bancarrota, ya que no consiguieron vender ni un piso. Por lo tanto, no les extrañó que el hombre no apareciera para sus actividades diarias. La noticia termina diciendo que los restos mortales fueron entregados a su exesposa. Me puse a pensar en esta frase final: la exesposa todavía estaba viva, y aun así, en 20 años jamás se había intentado poner en contacto con su exmarido. ¿Qué habrá pasado por su cabeza?

Y luego pensé en el muerto en pijama, en su absoluta soledad, su soledad abismal, hasta el punto de que, en 20 años, nadie en este mundo se había dado cuenta de que había desaparecido. Y llego a la conclusión de, peor que sentir hambre, que sentir sed, que estar sin empleo, sufriendo por amor, desesperado por una derrota, peor que todo eso es sentir que nadie, absolutamente nadie en este mundo se interesa por nosotros.

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En este momento, agradezcamos que nos haya hecho reflexionar sobre la importancia de nuestros amigos. (O)

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