(Publicado originalmente en La Revista del 28 de mayo del 2017)

Por Ángela Marulanda (angelamarulanda20@gmail.com)

Llega un momento en la vida en que finalmente dejamos de prestarle atención a los problemas que no podemos resolver o a los dramas que no tienen solución, así como a aquellos individuos que los crean. En ese momento podemos comenzar a valorar a las personas que nos agradan, que nos acogen, que nos llenan la vida de alegría como son nuestros seres más queridos. Ellos son quienes nos permiten superar las dificultades y los contratiempos para concentrarnos en valorar todo el amor con que hemos sido bendecidos.

Publicidad

No hay duda de que cuando somos padres tenemos mucho más que agradecer que lo que tenemos que lamentar. Para comenzar, criar a nuestros hijos es una experiencia que puede ser la más desafiante, pero a la vez la más enriquecedora de nuestra existencia, porque ellos son un motivo muy poderoso para gozar la dicha de sentirnos profundamente amados por quienes queremos más que a nuestra propia vida. Y, por eso, a pesar de las exigencias, sacrificios, contrariedades y esfuerzos que nos demanda la crianza y la vida matrimonial, cuando tenemos un hogar amable tenemos poderosos motivos para vivir plenos, así como grandes bendiciones que agradecer.

Lamentablemente, desde que la vida se convirtió en una carrera maratónica para tener más cosas, oportunidades y diversiones, es decir, para gozar de todo lo que nos vende la cultura consumista, nuestra existencia ha dejado de ser una experiencia orientada, ante todo, a servir y a amar a quienes nos rodean.

Aunque vivir llenos de ocupaciones, compromisos y actividades puede parecer un fin deseable, la sabiduría que nos permite degustar la vida en familia se encuentra, ante todo, en los momentos en que nos ‘re-unimos’ con los seres que más amamos, como son nuestros hijos y nuestro cónyuge.

Publicidad

La vida es demasiado corta como para no dedicar buena parte de nuestro tiempo a amar y disfrutar lo más posible a cada uno de nuestros seres queridos. A pesar de que no nos faltan las contrariedades, angustias o problemas cotidianos, cuando nos consagramos a mantener un hogar armónico y unido, tenemos más razones para gozar, más experiencias positivas que celebrar y más bendiciones que agradecer. (O)