(Publicado originalmente en La Revista del 21 de mayo del 2017)

La investigación psicológica sobre regulación de las emociones intenta identificar qué hace que unos sean capaces de controlarse y otros no. El doctor Daniel Lee y sus colegas de la Universidad de Auburn, en Estados Unidos, desarrollaron este año una serie de entrevistas semiestructuradas, para el uso clínico. Esto es mejor que contestar un cuestionario, dicen, porque las personas no siempre son capaces de nombrar correctamente sus emociones.

Una vez que la persona identifica su emoción, el entrevistador le pregunta sobre las siguientes estrategias de regulación:

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1. Buscar apoyo en el entorno: ir a otros para confirmación e ideas.

2. Automedicación: uso de sustancias o alcohol para atenuar las emociones.

3. Autolesiones deliberadas: hacerse daño.

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4. Aceptación: tomar las cosas como son.

5. Reevaluación positiva: mirar el lado bueno de la situación estresante.

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6. Supresión expresiva: tratar de contener las emociones.

7. Rumiar pensamientos: darle la vuelta una y otra vez a aquello que provocó la emoción.

8. Conducta evitativa: alejarse de la situación conflictiva.

9. Evitación cognitiva: no pensar en lo que llevó a la emoción.

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¿Cuáles de estas estrategias son eficaces? Con algunas, la respuesta parece evidente. Rumiar solo incrementa la ira, la tristeza y la ansiedad. La automedicación y autolesión son dañinas para la salud mental y física. La evitación no es efectiva cuando hay que enfrentar el problema, en vez de esconderlo o esconderse.

Un ser emocional que razona
La psicóloga Liliam Cubillos comenta que tal vez el centro del problema es no saber usar correctamente las emociones y desconocer cuál es el disparador de los impulsos emocionales. “Se dice que al tomar una decisión importante es necesario mantener la cabeza fría. Por otro lado, hay quien defiende que las decisiones importantes hay que tomarlas con el corazón. Otros piensan que lo ideal es hacer caso a nuestras emociones pero, no perder la cabeza, digamos que un 50 % de emoción y un 50 % de intelecto”.

Esto parece ser lo ideal, añade, sino fuera porque cuando las emociones están en medio no es fácil mantener la serenidad. “Aunque el concepto de cabeza fría no aparece en los compendios teóricos psicológicos, sí existe un intenso debate sobre lo que sostiene las decisiones humanas: más que una disciplina, es la mochila experiencial que nos impulsa a tomar decisiones en caliente o en frío”.

Desde el criterio de Cubillos, la emocionalidad rige la vida del individuo. “Como afirma Daniel López Rosetti en su libro Emoción y Sentimiento: ‘No somos seres racionales, somos seres emocionales que razonan’, somos básicamente emoción en acción, y nos justificamos o racionalizamos frente al mundo para fundamentar nuestro proceder emocional”. ¿Cómo y cuándo pedir ayuda? “El cuerpo humano es el mejor termómetro. Cuando empiezan a aparecer enfermedades físicas que no responden a ningún origen físico o fisiológico, quiere decir que nuestro cuerpo grita lo que la boca calla”.

La empatía como respuesta
Tomar decisiones ‘con cabeza fría’ sí implica un ejercicio, defiende el psicólogo clínico Óscar Nieto Barquet, de observar, reflexionar, sentir, comprender y actuar de manera congruente, como. “Así, cuando hay un desborde emocional, es posible crear un espacio que evite que la situación se deteriore”.

Es imposible que el ser humano se abstraiga de sentir. “Sin embargo, tiene los recursos para vivir en un equilibrio emocional que le permita mantener la cabeza fría, incluso en momentos de emergencia o temor”.

Nieto opina que en nuestro medio, en el que imperan criterios y actitudes beligerantes, mantener la calma “no es visto como una opción, porque estas creencias se fundamentan en temas de ‘derechos’ y ‘morales’, y derivan en un sentimiento poco útil para el equilibrio y la paz: la indignación”.

Esta emoción ratifica los comportamientos desbordados y da paso a la violencia, que puede ser manifiesta o sutil. “Con los años suele disminuir la capacidad de reacción descontrolada”, continúa Nieto, “pero para superarla, se requiere sanar las raíces y tener la disposición de cambiar los paradigmas y creencias que sostienen la cabeza caliente”.

¿Desde cuándo empezar a educarse en el autocontrol? “Desde pequeños, el ejemplo de los padres, su mesura y su cariño, crean actitudes fundamentales como la empatía, que nos induce a la comprensión de lo que es diferente y a tomar posiciones incluyentes y de respeto a los demás e incluso a aquello que causa frustración o dolor”.

Cuando habla de sanar raíces, Nieto alude a sentimientos de rabia e indignación originados en el dolor de los padres o abuelos, en experiencias violentas del pasado, en situaciones traumáticas vividas en el sistema familiar. “Agradecer que, pese a todo lo que debieron sentir y sufrir, hicieron lo mejor para transmitirnos la vida, es un primer paso para reconocer la necesidad de calmar y sostener la cabeza fría”.

Regular, no reprimir
El neuropsiquiatra Eduardo Santillán Sosa describe tener ‘cabeza fría’ como “desarrollar, estabilizar y hacer crecer el autocontrol emocional, la capacidad de dirigir convenientemente las emociones e impulsos perturbadores y turbulentos. Se evidencia en la adaptación ante situaciones variables, así como en la coherencia de las actitudes y acciones con los principios y responsabilidades”.

El autocontrol es clave para que la persona que confronta una o varias situaciones críticas y desafiantes pueda permanecer en equilibrio. “Lo inverso es la impulsividad y el descontrol, que afectan la capacidad de razonar, afrontar y resolver situaciones”, dice Santillán.

Primero, dice, “es esencial aprender a identificar los momentos, situaciones o acontecimientos en que somos invadidos por una o varias emociones fuertes y desestabilizantes. Asumir conciencia de lo que se percibe o siente, particularmente con emociones como la ansiedad, cólera y el miedo agudo”.

Recomienda considerar los límites personales, por ejemplo, el momento en el que el miedo se transforma en pánico. “El autodominio se inicia con el respeto a los límites individuales, para no exponerse a situaciones que aún no se pueden maniobrar, que nos rebasan e inciden en nuestros estados emocionales”. Es lo contrario de ahogar o reprimir las emociones, “significa regularlas y, ocasionalmente, cambiar estados anímicos, sentimientos y reacciones inapropiadas”.

5 maneras de mantener la calma
Todas las emociones tienen la posibilidad de manejarse. Santillán dice que incluso alguien muy expresivo, impulsivo, apasionado y capaz de arrebatos pueden aprender a soportar la frustración y prevenir estados emocionales negativos.

Quienes tienen problemas para afrontar desafíos y situaciones problemáticas, y tienden a huir de ellas, pueden adquirir destrezas para administrar la intensidad y la duración de sus estados emocionales. Y si se trata de ansiedad, es posible identificar los mecanismos para autoserenarse.

Nieto propone cinco maneras de conservar el control:

1. Sanar el pasado y tomar la vida de una manera diferente.

2. Meditar para desaprender las creencias y paradigmas que nos confrontan.

3. Desarrollar la empatía, mediante el reconocimiento de los demás, diferentes: asentir a todo tal como es.

4. Mirar, sentir, actuar desde la comprensión del otro, no desde la indignación; no juzgar, aun creyendo tener la razón.

5. Descubrir la capacidad de percepción profunda que está presente en todos; “al hacerlo, prima el respeto por el otro, más allá de sus actos y de mis juicios personales. Todo aquello a lo que me opongo, lo excluyo y al excluirlo, lo convierto en motivo para mi reacción, que me hace igual a aquello que rechazo”. (I)