(Publicado originalmente en La Revista del 19 de febrero del 2017)

Por Gonzalo Peltzer (gonzalopeltzer@gmail.com)

Ocurrió hace no tantos años en la Argentina. Un gobierno de sabelotodos limpió de un plumazo los feriados del lunes y martes de carnaval y unos cuantos más de santos patronos y vírgenes protectoras por considerarlos cosa privada de los creyentes. Después y de a poco, sucesivos gobiernos fueron devolviendo al pueblo sus fiestas, cuando se dieron cuenta de que aunque las creencias sean privadas, las medidas populares ayudan a ganar elecciones. Pero los que se cargaron al carnaval no pensaron que pasaría lo que pasa en estos casos: la gente se fregó en su decisión y siguió con el carnaval, pero como ya no había feriados para orientarse el carnaval se salió de madre y se desparramó por gran parte del verano.

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Resulta que han vuelto los feriados de carnaval gracias al populismo más reciente, pero no hay modo de volver a ponerlo en su cauce en el país que todo el año quiere carnaval. Así que después del plumazo autoritario, el carnaval empieza cuando sacamos el arbolito de Navidad y termina más o menos para Semana Santa; justo lo contrario de su esencia: cuatro días locos en los que todo se trastoca, todo se hace al revés o todo vale, desde mojarse mutuamente por las calles hasta bailar con máscaras para que no sepan quiénes somos y así poder encarar las tropelías más audaces, casi siempre con el otro sexo. Y si en lugar de cuatro los días locos son 40 o 50 la locura pasa a ser parte de la normalidad y el carnaval se lleva un quinto de cada año.

El carnaval se celebra 40 días antes de la Semana Santa. Y la Semana Santa cae siempre en la primera luna llena posterior al equinoccio de marzo (primavera en el hemisferio norte y otoño en el sur). Por eso, por culpa de los caprichos de la luna, el carnaval cambia cada año de fechas, unas veces más temprano y otras más tarde. Este año cayó en los últimos días de febrero porque el Domingo de Pascua será el 16 de abril, después de la luna llena siguiente al 21 de marzo, que brillará el martes 11 de abril, como siempre en plena Semana Santa.

Al desparramarse, el carnaval se devaluó: no hay cuerpo que aguante tanta comparsa ni disfraz que resista. Hasta lo efímero del carnaval se volvió en contra, porque una cosa es un traje para cuatro días y otra uno para dos meses de samba ininterrumpida. Así terminan desfilando con plumas raídas, en comparsas alargadas y carrozas desvencijadas por avenidas mal iluminadas. Imitan el Carnaval de Río de Janeiro, pero no imitan justo lo más importante: los cuatro días de locura, ni uno más ni uno menos, que vale la pena vivir alguna vez en la vida, por la locura misma y por Río de Janeiro. (O)