Una vez al año publico aquí algunas historias sacadas del Verba Seniorum, una recopilación de textos de los primeros ascetas del cristianismo, que vivían en torno al monasterio de Sceta, en Alejandría, y que nos legaron importantes enseñanzas sobre la convivencia con el prójimo.

Hacer nuestra parte

El muchacho cruzó el desierto, y finalmente llegó al monasterio de Sceta. Allí pidió permiso para asistir a una de las pláticas del abad, permiso que le fue concedido.

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Aquella tarde, el abad discurrió sobre la necesidad de meditar utilizando la imagen del Sagrado Corazón. A continuación habló de la importancia del silencio. Finalmente, cuando terminó la plática, pidió al muchacho recién llegado que ayudara en la construcción de un camino hasta una aldea cercana al monasterio.

–¿Por qué? –preguntó el muchacho–. A fin de cuentas, lo importante es rezar.

–Rezar es muy importante –dijo el abad–. Pero rezarás aún mejor si con tus manos consigues descubrir un modo de comunicarte con tu vecino.

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Respetar el límite

Los monjes de Sceta se reunieron a instancias del abad Paulo:

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–Comenzaremos hoy un ayuno –dijo Paulo–. Y solo terminaremos cuando estemos preparados para tener la visión de un ángel.

Durante varios días, los monjes solo bebieron agua y rezaron. Estaban tan animados con la propuesta de Paulo que no sufrieron con el hambre. Hasta que, hacia el final de la primera semana, un viejo monje comenzó a pasarlo mal. Paulo se dio cuenta de que el hombre iba a morir y decidió interrumpir inmediatamente el ayuno.

En este momento, se le apareció al grupo un ángel y les dijo:

–Es importante que entendáis el sentido de la disciplina y del sacrificio. Pero es aún mejor que conozcáis los límites de la naturaleza. No hace falta violar este límite para conseguir lo que se desea.

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Huir del león

Un grupo de monjes, entre los cuales se encontraba el gran abad Nicerio, paseaba por el desierto egipcio cuando ante ellos apareció un león. Todos se pusieron a correr despavoridos.

Años más tarde, cuando Nicerio estaba en su lecho de muerte, uno de los monjes le preguntó: –Padre, ¿recuerda el día que nos encontramos con el león?

Nicerio hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

–Fue la única vez que lo vi sentir miedo –continuó el monje.

–Pero si yo no tuve miedo del león.

–Entonces, ¿por qué corrió con los demás?

–Pensé que era mejor huir una tarde de un animal, que pasar el resto de mi vida huyendo de la vanidad. (O)

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