Venciendo el miedo al rechazo y a la burla, jóvenes con problemas de audición trabajan como camareros, cocineros o baristas en el Café de las Sonrisas, una provocadora iniciativa laboral en la turística ciudad nicaragüense de Granada.

Rodolfo Pavón, un joven de piel morena, complexión delgada y baja estatura, se acerca a la mesa, saluda a una pareja de extranjeros, les entrega el menú elaborado con pictogramas y espera recibir el pedido.

“En otros lugares no me querían dar trabajo porque era sordo (...). Me siento útil e importante, es lo mejor que me ha pasado porque nunca pensé tener todo lo que tengo ahora: una familia, un bebe y empleo”, dijo Pavón con ayuda del intérprete Sergio Antonio.

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Pavón y su esposa, Irma, también sorda, administran el cafetín, cuyo propietario y benefactor es el español Antonio Prieto, llamado “tío Antonio” por los jóvenes, porque no acepta el trato de don o señor.

En la cocina, Xiomara Mora, también sorda, prepara los alimentos y bebidas. Su vida cambió radicalmente porque al terminar la escuela especial se quedó sin actividad. “Cuando abrieron la cafetería, me sentía nerviosa porque nunca había trabajado”, comentó.

Ahora continúa con sus estudios y quiere ser profesora e intérprete para sordos. Siete jóvenes con problemas de audición o hipoacusia trabajan en Café de las Sonrisas.

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“Quería que este proyecto fuera muy radical, no podía haber oyentes”, porque si había otros empleados sin esa condición no iba a funcionar, dijo Prieto. “Cuando les propuse abrir el café estaban aterrorizados y cuando algún cliente entraba al cafetín pensaban: ‘Están hablando de nosotros’”, recordó el español.

“Se me ocurrió hacer algo por ellos (los jóvenes sordos)”, concluyó Prieto. (I)