En lectura, el adjetivo de mejor calidad es el epíteto. Puede ser pertinente, impertinente, cromático, numeral, binario, múltiple, redundante, anfíbraco, en construcción semántica, en fin, su belleza radica en el uso que el escritor le dé dentro del texto literario basado en la premisa del poeta Vicente Huidobro que pregonaba: ‘El adjetivo cuando no crea, mata’.

Una ganancia del buen lector es paladear textos con buenos epítetos, leer a José Saramago (Premio Nobel de Literatura), por ejemplo, trae consigo sus frutos. Lean el inicio de su novela ‘Ensayo sobre la ceguera’ y se percatarán de la riqueza del empleo de los epítetos cromáticos que lo inducirán a devorar la obra para reconocer la importancia de saber ver.

Pero si quieren deleitarse a morir con la lectura de buenos epítetos, entonces acudan al colombiano Fernando Vallejo y su magistral obra ‘La puta de Babilonia’, donde el novelista hace alarde de la extraordinaria belleza en el uso estético de los epítetos. Solo en las dos primeras páginas se puede leer una demoledora serie de epítetos que induce a la provocación y a entender el carácter anticlerical que caracteriza con sobriedad a este hermoso libro que toda persona culta debería leer. En poesía, es el bardo peruano César Vallejo quien presenta en sus poemas atractivos epítetos que le dan fuerza y vigor a su discurso poético.

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Y la ‘piedra dura’ de Rubén Darío que muestra la utilidad exacta del epíteto redundante (‘Lo fatal’). Quien lee epítetos, aprende a usarlos... (O)