Msc. Rafael Montalván Barrera

A veces la cabeza se llena de fantasmas. Y más cuando esas imágenes quiméricas quedan impregnadas tras la lectura expresiva de títulos emblemáticos, cuyas ficciones se acercan a vívidas realidades que inducen a la sugestión en los sueños y en la vista de paisajes exóticos. Hace poco estuve alojado en un bungaló de una isla, a escasos metros de un muelle que a diario peleaba contra un mar embravecido en un continuo ir y venir del rompiente. Hasta mí llegó el espectro de Hodgson y su novela de piratas fantasmas que susurraba con el lenguaje marino de los elementos.

Como un Thomas Carnacki, veía al fantasmita de las gafas verdes merodeando el Ilaló y oía los rumores espectrales de Canterville. Por la claraboya de mi dormitorio se divisaba una antigua prisión parecida a la mítica Alcatraz y su halo de leyendas fantasmales que me hacía recordar a M. R. James y sus ambientes parecidos a muchos lugares que he transitado con vehemencia: archivos, bibliotecas con ficheros de roble, cedro o laurel donde fantasmas libreros escarbaron con sabiduría y certeza. Y de Henry James y su otra vuelta de tuerca que me causaba un desasosiego en las largas madrugadas frente al velador, ahora sí, borroneando un proyecto de novela de mis viajes.

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Los fantasmas me acechan con sus lecturas elocuentes y me distraen de mi bitácora, a veces con una prisa que da la impresión de haber labrado lo no escrito, y que motivó mi ausencia la semana pasada de este espacio que también tiene sus angustias fantasmales. (O)