La fragancia de los manzanos, peras, duraznos, reinas claudias... se mezcla con el humo azulado que nace en un fogón de leña y se escapa por las rendijas del tejado de la morada del director de la banda de pueblo Ocho de Septiembre, en las estribaciones de Píllaro, provincia de Tungurahua.

Esa mañana, María Clementina Quinaluisa se esmera preparando el desayuno para su esposo, el músico Gonzalo Yachimba, de 78 años, que ha regresado de ordeñar a sus tres vacas, en la parte alta de la comuna, a dos kilómetros de su casa. Es 29 de diciembre y como todos los jueves, hay feria en Píllaro. Con entusiasmo, los esposos se preparan para ir a vender algunos productos agrícolas y comprar un puerco para compartir con la familia por fin de año.

Después de un sustancioso desayuno, juntos esperan la camioneta que los llevará a la feria. Fue un día de suerte a medias. Vendieron sus productos, pero no compraron el cerdo: estaba muy caro. Regresaron a su casa de adobe, bloque, madera y teja, ubicada en el sector Los Siete Barrios en Guainacurí.

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En la tarde, Gonzalo sale con un bidón de plástico amarillo, de 20 litros, y va en busca de sus vacas. Llega al canal de riego Píllaro, lo llena y sin mayor dificultad, como si no tuviera casi ochenta años, lo lleva cuesta arriba donde su ganado. La operación la repite siete veces.

Gonzalo Yachimba nació el 27 de junio de 1939 en el barrio Guainacurí, parroquia San Miguelito del cantón Píllaro. A los 15 años ya tocaba el clarinete, en la banda de su barrio, compuesta, en su mayor parte, por hombres viejos; muchos ya han partido de este mundo. Diez años más tarde, se inclinó por el saxofón. Para comprar uno, trabajó de jornalero algunos meses en la Amazonía.

Desde entonces, disfruta tanto de la agricultura y la ganadería como de la música.

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Néstor Bonilla Ibarra, miembro del Colectivo de Trabajo Cultural Independiente, conoce a Gonzalo desde hace 14 años. Cuenta que la banda se ha formado con un grupo de músicos “al oído” y que es la única que entona las canciones características de la fiesta del disfraz y que se consideran temas rituales para la diablada.

Cuando más intensamente se dedica a la música es en carnaval, en las fiestas de las Mercedes (en septiembre) y en la diablada de Píllaro (los primeros días de enero).

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Su primogénito Polivio Yachimba Tituaña, de 51 años, recién jubilado de suboficial mayor de la Fuerza Aérea Ecuatoriana, dice que su padre es una persona admirable. Sabe que la música es su pasión. Sin embargo, también lo recuerda con un azadón trabajando en el campo y cuidando sus vacas.

“Lo he visto feliz trabajando en el campo y tocando su saxo. Hay días como al inicio del año y desde el 1 y hasta el 6 de enero está ocupado en la Diablada; ahí para él no hay ni mujer, ni hijos. Se dedica a lo que le gusta y le apasiona, la música”, dice.

Se enciende la fiesta

En la comunidad Tunguipamba, a 5 kilómetros de Píllaro, llega Gonzalo. Con sus gruesas manos sujeta el saxo mientras sus dedos con abultados nudillos colocan las notas. En seguida se escucha un golpe fuerte y seco del bombo y al unísono, toda la banda entona el infaltable Píllaro Viejo.

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La fiesta se enciende y don Gonzalo le pone fuerza a pesar de que no ha dormido la noche del año viejo. Sentado en un bordillo del muro de la escuela, deja escuchar el potente sonido de su saxofón. Su hijo Germán, de 39 años, toca a su lado y está pendiente de cada uno de sus movimientos. Germán es sargento de la FAE y el saxofonista de la banda de esa institución, gracias a la maestría que heredó de su padre. (I)