En una mañana soleada de domingo, el ruido del metal de las ruedas invade el silencio en las solitarias calles en una ciudadela del sur de Guayaquil. Rafael Benavídez Torres empuja la pequeña carreta y ofrece a su paso su oficio: coser y reparar zapatos a mano.

Esta faena la cumple desde hace 19 años solo los sábados y domingos, desde las 08:00. Procedente de su hogar ubicado en el norte de la ciudad, Rafael llega con su mochila y unas fundas plásticas hasta el garaje donde guarda a “La Rápida”, su pequeño taller ambulante.

Luego de alistar sus herramientas de trabajo y arreglar su vestimenta, empuja su carreta por las calles hasta que lo llamen desde una vivienda para reparar calzado.

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Rafael dice que aprendió este oficio a los 7 años de edad por su padre, Moisés Benavídez Lascano. “Antes se estudiaba para este oficio, pero yo aprendí mirando. Él (papá) nos sentó en un banquito a los tres varones y nos enseñó”, recuerda.

Afirma que a los 8 años ya acompañaba a su padre a recorrer las calles y ayudaba en el trabajo. “Lo que reunía en sucres, en mis cachuelitos, era para estudiar en la escuela. Estudiaba en la mañana y trabajaba en la tarde”, reitera.

A los dos meses del deceso de su padre, quien trabajó por 38 años en la zona, él tomó las riendas de este oficio.

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“Todos tres (hermanos) tenemos nuestras zapaterías y nos llevó (papá) a uno por uno a recorrer las ciudadelas del sur”, refiere Rafael, quien recuerda con alegría que su progenitor fue compañero del desaparecido cantante Julio Jaramillo.

Para empezar a trabajar saca un pequeño banco metálico de su carreta y acomoda una vara de hierro en la cual martilla, despega y cose los zapatos. Refiere que la mayoría de sus clientes son las mujeres, por los tacos dañados o por algún remiendo.

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Pero también cose a mano los zapatos deportivos, aquellos que se despegan por el constante uso. “Todo lo que realiza un maestro zapatero en un local lo hago yo con mi carreta”, asegura.

“Mi papá nos dejó este oficio. Yo sigo trabajando con su carreta metálica”, sostiene. En esta almacena suelas de zapatos, pegamentos, cuchillos, hormas y un sinnúmero de objetos.

“La carreta la construyó mi papá. Yo la heredé. Un señor me regaló una placa de un carro y se la colocó, pero un vigilante me quiso citar”, dice entre risas.

Su jornada termina a las 18:00. “Debo estar temprano en mi casa. Vivo con mi mamá y dos sobrinos, en el norte”, reitera. De esta manera, Rafael guarda su carreta de trabajo, a la que volverá a ver el próximo fin de semana. (I)

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