Ricardo Zambrano

A finales del siglo XIX y principios del XX, los servicios de los populares fontaneros eran muy requeridos en Guayaquil. Ellos recorrían la ciudad pregonando el arreglo o destape de tuberías de las viviendas y sus clientes también los ubicaban en sus talleres y domicilios.

Con el paso del tiempo tuvieron que adaptarse a los cambios vertiginosos del Puerto Principal, como su expansión territorial, avances tecnológicos y la formalidad en la construcción. Ocuparon esquinas y soportales de conocidos lugares, como los bajos de radio Cristal, en Luque y José de Antepara, en el centro.

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Actualmente se los llama gasfiteros y todavía recorren Guayaquil ofreciendo sus servicios puerta a puerta, por sectores y en bicicleta.

Enrique Anchundia, oriundo de Portoviejo, comenta que llegó a Guayaquil a los 10 años y que heredó el oficio de la gasfitería de su padre. “Él me llevaba a trabajar a obras o a la construcción de casas para realizar instalaciones y de a poco fui aprendiendo”, mencionó el hombre, que tiene 50 años, 20 de ellos dedicados a su labor.

Su recorrido empieza a las 06:30 cuando sale de su vivienda, ubicada en el sector de la Perimetral. Visita las ciudadelas Los Esteros, Amazonas, Coviem, La Pradera y La Saiba, todas en el sur de la urbe.

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“Cuando no hay trabajo regreso al mediodía a mi casa, pero si está bueno llego a las cinco o seis de la tarde”, refirió.

El manabita Alberto Bailón (58), nacido en Puerto López, aprendió la gasfitería por “subsistencia” hace diez años, aunque menciona que su padre le enseñó albañilería. “Los oficios de albañil y gasfitero son una tradición en mi familia y no podía alejarme de eso”, señaló.

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Vive en la isla Trinitaria y comienza su labor a las 07:00. Recorre en bicicleta sectores como Santa Mónica, Fragata, La Libertad y llega hasta el barrio Centenario.

Afirma que no tiene horarios fijos porque son relativos a la cantidad de clientes.

Anchundia y Bailón, amigos entre sí, coinciden en que este año ha sido complicado por la crisis económica que atraviesa el país, pero que los márgenes de ingresos oscilan entre $ 10 y 30 diarios, aunque en ocasiones, aseguran, no ganan nada. Manifestaron que están acostumbrados a trabajar de esta forma y que seguirán hasta que “el cuerpo aguante”.

Por personas como estos manabitas que se describen como guayaquileños de corazón, los oficios tradicionales se niegan a morir en esta metrópoli que avanza de forma rápida a la modernidad. Por ahora seguiremos escuchando en los barrios, calles y ciudadelas ese grito característico de ¡gasfitero! (I)

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