Por Gourman

Algunas personas me habían recomendado Dos Sucres, restaurante liderado por Daniel Contreras, un joven chef que está buscando hacer cocina distinta y novedosa en Cuenca, introduciendo técnicas diferentes a los sabores locales. Ubicado en las calles Roberto Crespo y Luis Moreno, cerca del estadio, Dos Sucres toma caminos alternativos para trabajar la tradición. Al igual que Pizarra en Guayaquil, es uno de los pocos restaurantes de cocina ecuatoriana de autor. El menú presenta una buena variedad de colores y sabores, tratando bien el producto local.

Comenzamos la experiencia con un muchín de habas, que fue de lo mejor que probé. Por su apariencia, se asemeja más a un bolón. Relleno de queso cremoso y crema agria, con una pizca de salsa que parecía tener base de tomate de árbol. Las habas con las que se trabajó el plato fueron tostadas y molidas, para luego formar el muchín (bolón). El plato, habiendo sido ahumado con eucalipto, venía tapado sobre una cama de col verde densa, y al ser abierto y presentado, inmediatamente transmitía la combinación de aromas y sabores pretendidos. Luego fuimos por el segundo plato, el volquetero. Albacora al punto con tomates, chulpi, cebolla, chifles y chocho, la interpretación de Contreras de un encebollado. Seguimos con un locro, producto de la mezcla de zapallo, zanahoria blanca y papa, al cual se le había agregado comino y cúrcuma. Muy especiado, no perdía el sabor original. Pasamos al sango de camarón, cuya pasta estaba preparada con plátano y maní, servido con yuca frita. Un buen plato, que mejoraría con más concentración y potencia en la masa. Los camarones tenían excelente textura y buen tamaño. Al plato lo acompañaba una ensalada cítrica con cebolla colorada, que combinaba perfectamente. El siguiente plato fue una costilla en sous vide, con vinagre de higo y trozos de nueces caramelizadas, en una ligera salsa de aguacate con mote. El mote estuvo fenomenal. Cocinado con cáscara en mantequilla quemada. Un buen plato cuyo mérito fue la combinación de elementos. Finalmente, pierna de cordero ahumado en horno. La cocina nos contó que la pieza fue madurada más de dos semanas para ser posteriormente cocinada por 8 horas, bañada en salsa demi glase, con higo confitado y queso de cabra. Este fue el único plato en el que no encontré raíces locales. Con un dejo de tandoori, coriandro o comino, estuvo excelente. El dulce fue extraordinario. Un mouse de higo con emulsión de queso de cabra y una lámina de amaranto hecho caramelo, emulaba delicadamente el típico dulce de higos con queso. Quizá fue lo mejor de la comida.

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El lugar es acogedor, con varios ambientes pequeños, incluyendo un patio interior, genera un sentimiento de intimidad. Los precios son razonables.

Hay un buen gin con aromas de eucalipto, y buenas cervezas artesanales. Recomiendo la oblonguer roggenbier de centeno y la sabai, que es una de mis favoritas. (O)