¿Andar en bicicleta en Guayaquil? Pero si hace calor, es peligroso... Ponerse al mando de un medio de transporte frágil, en una ciudad atestada de autos, buses, camiones y motos no parece una decisión inteligente.

“Nadando con tiburones” es una expresión usada por un ciclista en el documental Bikes vs Cars (2015), de Fredrik Gertten, para ilustrar acertadamente la sensación del ciclista urbano en lugares como este, en los que el ciclista es visto como intruso, ya que muchos conductores creen que está ocupando su espacio, sin saber que al circular en un vehículo más ligero tiene prioridad sobre ellos.

Las primeras bicicletas llegaron a Guayaquil a fines del siglo XIX y el ciclismo fue considerado uno de los deportes más importantes de la urbe, pero el crecimiento de la industria automovilística hizo que la práctica decreciera.

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Hoy es evidente que la ciudad está rezagada en lo que respecta a promoción y desarrollo del ciclismo, tal cual señala Aldy Tello, presidenta del colectivo Biciunión. Aunque el número de personas que realiza esta práctica ha crecido en los últimos cinco años, hay que ser extremadamente cuidadoso e ir a la defensiva en el camino.

A pesar de la poca seguridad vial y las complicaciones climáticas, andar en bicicleta es una decisión inteligente, para la salud física y mental.

Varios estudios, como el deIngo Froböse del Deutsche Sporthochschule Köln, solicitado por el Sistema de Salud en Alemania, confirman que andando en bicicleta no solo nos fortalecemos físicamente, sino que liberamos endorfinas que nos producen sensación de bienestar. Se logra un equilibrio entre el esfuerzo y la concentración similar al estado de meditación. “La sensibilidad que se despierta en la meditación también se aviva yendo en bici (...), el hecho de pedalear, de atravesar el paisaje, desplazarse, llegas a un lugar y te das cuenta de que te sientes diferente, con otra energía” se lee en el libro Bici Zen. Ciclismo urbano como meditación, de Juan Carlos Kreimer, que hizo un estudio sobre lo que sucede en el cerebro humano al pedalear.

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Recorriendo la ciudad

Si tengo que escoger qué es lo mejor de ser un ciclista urbano, es la conexión que se logra con la ciudad, la gente, la arquitectura, los aromas. En Urdesa, por ejemplo, hay tramos en los que se puede percibir el olor de los árboles florales. El centro, en cambio, es una alquimia indescriptible de buenos y malos olores, que va mutando a cada metro. Hay sitios en los que se encuentra mucha paz al pedalear, como el Barrio del Centenario y las calles secundarias de Kennedy Norte y Los Ceibos.

Los ciclistas coinciden en que la práctica es una experiencia gratificante. Diana Patiño lleva 5 años pedaleando. “La felicidad que se siente es indescriptible. Percibo un Guayaquil diferente. Un Guayaquil que no sientes si vas en un vehículo, encerrado. Los olores, aromas, sonidos, recovecos, detalles”. David Saavedra recalca que cuando cruzas con otro ciclista, casi siempre va sonriendo.

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En los grupos de ciclismo –hay más de 20 en Guayaquil– esta satisfacción es evidente. El colectivo brinda seguridad y es la forma más recomendable de iniciarse en el ciclismo.

Max Souffriau, integrante de Lost Bikers, cuenta: “Cuando estoy en el carro es un estrés que no aguanto, en la bici voy de largo, no tengo que estar estancado en el tráfico muy suave, ya que si no se acelera, el cuerpo no transpira en exceso”.

Max dice que no ha tenido mayores inconvenientes, ni siquiera con los buses. No siempre es así, hay ciclistas que han sufrido accidentes, cuando la gente abre las puertas de los autos sin ver si viene alguien o cuando te rebasan para girar. Según Tello, aunque el ciclista se ha ido ganando la consideración ciudadana, “una parte de los conductores continúa irrespetándolo”.

Carlos Calle, de Facebook Cyclists, coincide en que quienes más respetan son los autos particulares, pero para los demás “somos invisibles y por eso es recomendable vestir atuendo llamativo, casco y por la noche, con luces; además de respetar las señales de tránsito”.

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Hay quienes usan la bicicleta como medio para trabajar. Ellos, que van con periódicos, ramos de flores o tanques de gas a cuestas, tienen que sortear muchos obstáculos para llegar a su destino. Este transporte se ha convertido en un símbolo de la cultura contemporánea, que proporciona movilidad no contaminante, es uno de los medios de transporte alternativos que permiten que las ciudades reduzcan su emisión de CO2 y gases de efecto invernadero.

Uno de los grupos que ha buscado contacto con el gobierno local es BiciUnión. Tello, su presidenta, espera que el alcalde Jaime Nebot acoja sus planteamientos y apoye los proyectos ciclísticos.

El arquitecto John Dunn cree que el problema es que no hay forma de entrar y salir de las ciclovías. “Estas tendrían que conectar lugares, barrios. Cuando ya puedes usar una ciclovía para ir en bicicleta al trabajo o al minimarket, quiere decir que ya funciona”.

La otra opción que ve es tomar ejemplos como el de Bogotá, donde ciertos días cierran las calles al paso de vehículos motorizados. Aquí hay otros ejemplo, como el de la BiciQuito, con más de 1.000 unidades a disposición de los ciudadanos, o los planes Bici del Barrio y Ruta Recreativa en Cuenca.

Guayaquil es una ciudad plana, con cuadras regulares, lo que facilita la movilidad en bicicleta. Mientras se elija la ruta perfecta, es decir, por la que circulen menos buses y esté iluminada cuando sea de noche, ciclear será una experiencia placentera, lejos de lo incómodo de usar transporte público.

Pregunto a ciclistas cómo convencer a un guayaquileño de usar la bicicleta en la ciudad. Diana Patiño responde con varios argumentos : “Soy libre, feliz, libero endorfinas, hago ejercicio, no contamino, ahorro en matrícula, seguro, parqueo, mantenimiento y gasolina”.