Las cataratas de Iguazú son todo un espectáculo visual. Su majestuosidad es tal que el ojo no logra atrapar en una sola mirada los cerca de 275 saltos que tiene este paraíso, que consta en la lista de las siete maravillas naturales del mundo y se comparte entre Brasil y Argentina.

Para ver todas las caídas de agua, de hasta 80 metros de altura, se requieren dos días, uno para estar en el lado argentino, en la localidad Puerto Iguazú de la provincia de Misiones; y el segundo para cruzarse a Brasil, en el estado Paraná, ciudad Foz do Iguaçu.

Para visitar este también Patrimonio Natural de la Humanidad es recomendable elegir entre fines de la primavera, pleno verano o inicios del otoño, entre los meses de noviembre y abril. El resto del año, por ser época lluviosa, el clima no permitirá que disfrute de esos paisajes por sus días nublados o incluso por el desbordarmiento del río Iguazú. Sí, eso ha sucedido y el turista se puede llevar la peor impresión de las cataratas, encontrar los parques nacionales cerrados o hasta correr riesgos de vida.

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Para que disfrute de las cataratas -si lo tiene en cuenta como uno de sus destinos a conocer-, en la siguiente anécdota de viaje entérese qué hacer y qué no al momento de recorrer las ciudades de Iguazú y sus parques nacionales.

El viaje

Mi visita se dio en abril del 2016, durante el otoño argentino. Decidí tomarme cuatro días para conocer esta maravilla natural y, sí, fueron suficientes. El primer día, en un vuelo directo de casi dos horas desde la fría ciudad de Buenos Aires, aterricé por la tarde en el pequeño y sencillo aeropuerto de Puerto Iguazú, en medio del calor selvático, que promedia los 32 grados.

Si usted está en Brasil y quiere conocer las cataratas, deberá tomar un vuelo hacia Foz do Iguaçu y empezar desde el lado brasileño. En ambos países, cuyas monedas (el real y el peso) atraviesan una devaluación, resulta económico hacer turismo como portadores de dólar; aun así Argentina es más barato que Brasil.

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A la salida de arribos nacionales le ofrecerán el servicio de transporte hacia y desde el pueblo de Puerto de Iguazú por 180 pesos (unos 13 dólares) o por 90 pesos solo ida. Recomendación: Tome el de ida y vuelta si ya tiene programado el vuelo de regreso. Erróneamente compré solo ida porque pensé que en el pueblo podría tomarme un bus hacia el aeropuerto, ¡pero no hay!, y solo los taxis hacen esa única ruta por 250 pesos. Si cree que puede ahorrar, le saldrá más caro.

En medio del camino se sube personal de turismo a la furgoneta para solicitar 20 pesos a razón del ingreso a este turístico pueblo. A cambio le darán un papel que deberá portar durante su estadía, caso contrario deberá volver a pagar si se encuentra con este personal del Gobierno de Misiones.

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La furgoneta lo deja en el hotel que reservó previamente o, sino tiene dónde llegar, en la terminal terrestre del Puerto. Ahí cerca hay varios hostels que lo reciben por una o varias noches y le ofrecen habitaciones privadas o compartidas. El precio varía según sus necesidades y algunos incluyen desayuno.

Ese día no hará mucho. De nada sirve ir inmediatamente al parque nacional porque cierra a las 17:00 locales (15:00 de Ecuador). Así que aproveche para conocer este rústico pueblo lleno de turistas de varias partes del mundo: chinos, australianos, suizos, estadounidenses, etcétera. También puede visitar el hito argentino.

La triple frontera

Puerto Iguazú tiene una población que no supera los 100 mil habitantes, por ende, es una ciudad pequeña. Casi todo, a excepción del parque nacional y el aeropuerto, está cerca y se puede llegar caminando. Entre esos sitios está el hito argentino, donde está la triple frontera.

Aquí los ríos Iguazú y Paraná dividen a tres países: Argentina, Brasil y Paraguay. El Iguazú, que separa a Argentina y Brasil, se une de este a oeste con el Paraná, que corre de norte a sur y marca la división de Paraguay de sus otros dos vecinos.

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El hito argentino. Al frente las fronteras de Paraguay (i) y Brasil (d).

El lado argentino es turístico. Hay juegos de agua donde se refrescan niños y adultos; tiene un mirador para ver tanto a los dos países vecinos como a las embarcaciones de carga y de pesca que corren por esos ríos, y el hito está pintado de celeste y blanco, el color de la bandera argentina.

Es un espacio público, por lo que aquí la entrada no tiene costo.

El camino a las cataratas

El segundo día es dedicado para, al fin, dirigirse a las cataratas. Aunque decenas de locales turísticos venden los paquetes hacia el parque nacional, la salida hacia el destino la emprende uno mismo desde la terminal terrestre.

Luego de pagar la tarifa de ingreso al parque, se debe utilizar el tren ecológico para caminar por las tres rutas habilitadas. A lo largo del camino de frondosa vegetación aparecen centenares de mariposas y los típicos coatíes, unos graciosos mamíferos también llamados cusumbos a los que no se puede tocar sin antes prevenir sus largas y filosas uñas. Atacan si se sienten amenazados. Además, si descuida sus alimentos, estos animalitos se los pueden arrebatar para luego huir.

El sendero está debidamente señalizado y hay bares y servicios higiénicos en varios sectores del parque. Luego de una caminata de casi una hora, empieza a escucharse la caída del agua de las cataratas, que posteriormente quedan al descubierto luego de haber caminado entre la espesa vegetación. Lo primero que se puede observar es, hacia muy al fondo, la majestuosa Garganta del Diablo, pero para tenerla más de cerca no solo hay que caminar más, sino también subirse a una embarcación (foto) que nos lleve hasta alguna de sus caídas.

Millones y millones de litros de agua caen cada segundo de los 275 saltos de estas cataratas. ¿De dónde proviene tanta agua? El río Iguazú nace en el cordón montañoso brasileño denominado Serra do Mar (estado de Paraná) y, tras realizar un recorrido de unos 1.300 kilómetros, desemboca en el río Paraná, en la triple frontera (Paraguay-Brasil-Argentina).

En un fin de semana, y en temporada alta, Iguazú puede ser visitado por 20 mil personas. Cada año, la cifra de turistas supera el medio millón, según la página web de este parque nacional.

La adrenalina también aflora cuando se navega hacia la famosa Garganta del Diablo. Desde el nivel del río se puede observar una imponente caída de miles de litros de agua que salpican a sus visitantes aun desde los cerca de 200 metros de distancia. Luego de avisar a los ocupantes que guarden en un bolso de plástico todo lo que no debe mojarse, el conductor de esta nave calienta los motores y nos introduce prácticamente debajo de alguna de las caídas.

Pese al temor propio de que la embarcación pueda volcarse, el chapuzón resulta muy satisfactorio. Ahora se está más fresco después de tanta caminata en medio de un sofocante clima.

Después, si se tiene más energía, se puede conocer el circuito superior, cuya pasarela de metal se ubica sobre la Garganta del Diablo. Ahí se tiene una vista privilegiada al ver caer el agua del río Iguazú y se disfruta del permanente golpe de las gotas en todo el cuerpo, aunque para muchos, así, resulta difícil obtener una buena selfie.

Brasil

Al día siguiente, ya descansado de la caminata del día anterior, parto a Brasil. En la misma terminal del puerto Iguazú se toma el bus internacional que lleva a Cataratas do Iguaçu. En medio del camino ocurrió algo particular. El ayudante del chofer solicitó los pasaportes a los pasajeros y él solo se encargó de que los sellaran sin necesidad de que nadie termine en las oficinas de Migración brasileñas.

Ya se empieza a sentir en Brasil desde el momento en que las señales de tránsito y gigantografías de la carretera cambiaran de idioma. Ahora todo está en portugués.

La distancia es tan corta que el viaje en bus duró apenas media hora y ya se está en el ingreso del parque nacional, donde se paga en reales. Si no se cambió con anticipación, en las ventanillas aceptan dólares y el cambio lo dan en la misma moneda norteamericana, por lo que debería haber cambiado reales para luego poder consumir alimentos o incluso tomar luego el bus o un taxi.

Adentro los visitantes se movilizan en modernos y lujosos buses del parque, que hace varias paradas en los distintos atractivos.

El lado brasileño de las cataratas contempla menos senderimos en relación al lado argentino, por lo que el recorrido es más rápido, pero cuenta, eso sí, con una vista mucho más privilegiada, pues es como una especie de balcón con vista de las múltiples cascadas.

También hay muchos más coatíes. Se los ve hasta en los tachitos de basura del complejo buscando comida y caminando en los pasamanos de madera del camino.

Recién al final de la travesía hay un puente metálico sobre el río Iguazú, desde donde también se observa otra caída de agua. Al impresionante lugar llegan los cientos de turistas forrados en plástico para evitar mojarse la ropa, pues a diferencia del lado argentino, aquí la cantidad de gotas que refrescan a los visitantes se multiplica por mil. Sí, es prácticamente un baño. Muchos que no utilizaron estos encauchados salen empapados de agua.

Muchos turistas, como el suizo Sébastien Taracido, consideraron una experiencia totalmente diferente el parque nacional brasileño. Si bien comparte las mismas aguas con el lado argentino, la experiencia es otra. "Me habían dicho que primero visitara el lado brasileño para sorprenderme en Argentina, que si lo hacía al revés, como finalmente hice, Brasil no me iba a gustar, pero no fue así. Ambos lados tienen lo suyo y es bueno conocer los dos".

Y es cierto. Aunque el parque de Puerto Iguazú es más grande y se hace mucho más senderismo, el parque do Iguaçu es más moderno y -como ya lo dije antes- tiene una vista más privilegiada. Desde aquí se puede tener una mejor perspectiva de esta maravilla natural, tan parecida al gran telón de un teatro.

Como el recorrido no tarda más de dos horas, queda tiempo para conocer la ciudad de Foz do Iguaçu. Aquí, otro contraste con el pueblo del lado argentino.

Aun siendo una pequeña urbe, cuya población se triplica a la de su par argentino (aquí hay unos 300 mil habitantes), Foz tiene modernos edificios de hasta 15 pisos, calles que reciben un alto movimiento vehicular, mucho, pero mucho comercio, mayor cantidad de hoteles y hostels, más bares y discotecas. Mereció que esta puerta de lo que es Brasil se quedara con mi última noche de este viaje.

Para tener en cuenta