Contrario a la celebración del fuego, el Inti Raymi o Fiesta del Sol este año se caracterizó por una persistente llovizna que no alejó a las personas que llegaron en busca de renovar sus energías en el ritual de iniciación de la festividad

En el Complejo Arqueológico Ingapirca, el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) organizó la celebración, que arrancó la noche del viernes con la elección de la Ñusta (princesa del sol), un colorido evento plagado de simbolismos cañaris y andinos relacionados con la temporada de cosechas, que es por lo que en esta festividad se agradece a la PachaMama o Madre Tierra de acuerdo con la cosmovisión indígena cañari.

“La mujer es símbolo de fertilidad y su matriz o útero es el mismo de la Pachamamita que permite todo un ciclo de cultivos y por tanto la vida”, dijo Elvia Mercedes Saeteros, de la comunidad Chuguín Grande, quien fue electa como la Ñusta de este año.

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En tanto, la mañana del sábado estuvo destinada a la parte espiritual, justamente con la ceremonia de agradecimiento y renovación de energías. Taita Rosalino Guamán, de la comunidad de Molinohuyco, estuvo a cargo de esta.

Luego de armar la ‘chacana’ o cruz andina con granos de maíz, quinua, rosas silvestres, flores de tilo y varias semillas, y tras colocar en cada entrada este elemento, que representa en la forma de vida andina los elementos de la naturaleza como son el fuego, el agua, la tierra y el aire, Guamán invitó a todos los asistentes a seguir el ritual.

Guamán explicó que el Inti Raymi es una de las cuatro fiestas andinas que sirven para agradecer por cada uno de los pasos del cultivo de la tierra, y que el solsticio de verano es el 21 de junio, cuando se produce el equinoccio y la cosecha de parcelas.

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Añadió que por eso se debe tomar la energía de los cuatro puntos cardinales que están rodeados por montañas, ríos, bosques, planicies, todos dotados de los elementos naturales que permiten la vida y de donde salen los seres humanos, en donde producen y a donde vuelven al final.

Con las manos levantadas hacia el cielo los asistentes tomaron la energía y luego con las mismas manos sobre la frente y el corazón la esparcieron en todo su cuerpo para un nuevo año de productividad.

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Sara Proaño llegó de Quito al ritual y dijo que no existe otra forma de renovarse.

“Tomar del aire, el agua, el fuego y la tierra toda su energía en un lugar sagrado como es Ingapirca es una experiencia única”, manifestó la mujer de 67 años de edad. (F)