Un clown como terapia y el triunfo del amor prohibido. Son las dos historias predilectas de la crítica hasta este momento, en el festival más prestigioso del mundo. Nadie se esperaba que el trabajo más divertido, hilarante y hasta ovacionado de la Selección Oficial sería una película alemana de casi tres horas de duración, que es todo menos un suplicio. El humor paradójico de Toni Erdmann y sus actores fantásticos podrían conquistar a un público adepto hasta la intoxicación a la comedia.

La directora alemana Maren Ade (Oso de Plata en Berlín, 2009) narra con gran talento los esfuerzos de un padre –que hace payasadas, con peluca y dientes postizos– con tal de distraer a su hija de su adictiva dedicación al trabajo, conquistar su corazón y restablecer los valores fundamentales de la vida, dándole una ventana de libertad.

Todo en una sola trama que jamás deja de hacernos reír, porque aquí hasta los temas más profundos son enfrentados hábilmente con mayor ligereza e inventiva. Puesto así podría parecer una de aquellas comedias absurdas norteamericanas de los años 90, interpretadas por cómicos al estilo Robin Williams. Pero no. Es un filme desconcertante por su potencia psicológica y la precisión social que la directora logra impregnar desde su arranque. La crítica se alzó en dos ocasiones con fuertes aplausos durante la proyección. Enhorabuena: el cine de personajes y sentimientos tiene aún porvenir.

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Su contendiente plasma, en cambio, el triunfo de un amor prohibido, lesbiano. Deslumbró Park Chan-wook, venerado maestro coreano de filmes elogiados (Oldboy, Gran premio del Jurado, 2004), con Mademoiselle, en el cual la violencia de las pasiones se atempera en el gusto estético de las imágenes, por lo general crudas y extremas, pero formalmente impecables.

Un estilo que en esta película, inspirada en el relato de Sarah Waters, Fingersmith, lleva la ambientación de la Inglaterra victoriana a la Corea de los años 30. Alcanza sus mejores resultados mezclando referencias literarias y una puesta en escena pictórica y alusiones a los efectos del dominio japonés sobre Corea, sangre y lágrimas, torturas atroces y cuerpos desnudos palpitantes.

Se trata de un thriller repleto de golpes de escena, irónico, pero sobre todo romántico. Al centro de la historia, dos jovencitas que interpretan como encantadoras de serpientes, capaces de capturar la atención desde la primera secuencia.

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Pasiones y traiciones también hay en la nueva entrega de la francesa Marion Cotillard, que seduce pero no convence en Mal de Pierres (Mal de piedras), bajo las órdenes de su compatriota Nicole García.

En este melodrama, Cotillard encarna a Gabrielle, una mujer condenada a sufrir del amor no correspondido, lo que exalta sus síntomas de histeria. Su madre se deshace de ella dándola en matrimonio a un inexpresivo labrador, que se convierte en víctima de sus humillaciones.

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A enfriar tanta pasión, nos llegan desde Hollywood puños y risas al estilo de los años 70, con The Nice Guys, dirigido por Shane Black, fuera de competición. Sus protagonistas, una pareja cómica: Russell Crowe y Ryan Gosling. Al estilo Bud Spencer y Terence Hill, divierten con la historia de un detective de escaso talento, con hija adolescente, y un expolicía dedicado a actividades extrañas, que se deberán aliar para resolver el misterio de una joven desaparecida después de haber rodado un filme porno. Literalmente, son dos idiotas que se involucran casualmente en cosas que no saben manejar, para descubrir una conspiración de proporciones gigantescas. (E)