A casi 3.000 metros sobre el nivel del mar, la máquina cortadora de piedra de Gabriel Cabrera interrumpe el silencio en el cañón que forma la Loma de Taro y a sus pies el río León.

En la comunidad de Chayahurco, que viene de un vocablo cañari que significa nieves sabia, este joven artesano y su esposa, Blanca Coraizaca, usan nuevas formas de la piedra, inspirados en las también ancestrales piedras de moler, que encontraban en las casas de sus abuelos y de sus vecinos.

Él trabajaba como joyero, pero por falta de pedidos se hizo albañil. Añade que después se le hizo difícil conseguir trabajo y, por ende, sin ingresos para sustentar a su familia. Pensando en un oficio para salir adelante encontró esta labor.

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Desde niño en su cabeza daba vueltas la inquietud de saber cómo sus antepasados le dieron formas cóncavas, planas y completamente redondas a las rocas más duras que se encuentran en los ríos y en canteras, y cuando se dio cuenta que solo se trataba de golpear insistentemente, pensó que una máquina podría ahorrarle el trabajo.

“Busqué máquinas, pero no me daban resultado hasta que un día un maestro de construcción me dijo que debía buscar una cuchilla adecuada y la encontré”, recuerda Cabrera, pero solo después de un año de cortar, golpear y pulir logró un trabajo perfecto y diferente.

Sus primeras piedras de moler empezaron a venderse en todas las ferias. Luego empezó a realizar jarros, platos, portarretratos, jarrones, floreros, vajillas, entre otras cosas.

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Para Coraizaca, el apoyo del Municipio de Nabón ha permitido que su producto se conozca en toda la provincia del Azuay e incluso fuera del país. Por eso hay restaurantes en Cuenca que utilizan unos pequeños platos con parrillas para servir ciertos platos con carnes. (F)