En Santander, norte de España, aparcar ya no es un infierno, el camión de la basura pasa solo cuando es necesario y nadie riega sobre mojado, gracias a tecnologías inteligentes ensayadas con ciudades inteligentes de todo el planeta.

En el centro de esta pequeña ciudad, de majestuosas fachadas, 400 sensores enterrados en la calle vigilan las plazas de aparcamiento libres.

En las intersecciones, paneles luminosos informan al automovilista si hay lugar para aparcar. Desde hace poco, puede verlo también en un GPS.

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“Una aplicación permite además pagar con el móvil y cuando se te acaba el tiempo puedes ampliarlo directamente sin poner monedas”, explica Cristina Muñoz, periodista que utiliza “mucho el coche”.

Cuando Luis Muñoz, investigador de la Universidad de Cantabria, propuso en 2009 a responsables municipales construir una ciudad inteligente, lo primero que dijeron fue: “Tenemos un gran problema con el aparcamiento”, dice.

Aquel proyecto pionero convirtió a Santander en un laboratorio, gracias a financiación de la Comisión Europea y de universidades como la de Melbourne, mediante la instalación de casi 20.000 sensores para 175.000 habitantes.(I)