Carlos Mosquera, Byron Pilataxi y Eduardo Quimbita caminaban, el feriado último, por una de las veredas de la calle Alamor, en el sur de la capital. De pronto, su paso ligero, que tiene como destino un centro comercial cercano, se ve interrumpido cuando Quimbita les advierte que a su izquierda hay seis enormes murales dibujados en los bloques del conjunto habitacional Chiriyacu.

Mosquera, al ver los intensos colores de estas pinturas urbanas, recordaba que esa cuadra era gris y el transeúnte no tenía para qué parar; Pilataxi, en cambio, ni siquiera se había fijado en que allí había edificios.

Desde el filo de una pared de casi tres metros de altura un joven barbado, de lentes cuadrados, gorra, jeans y tenis, observaba a estos curiosos. Él escuchaba con atención las críticas que estos tres ciudadanos hacían sobre esa obra de arte.

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Pasaron unos minutos y el joven se presentó como Juan Sebastián Aguirre o Apitatán, el creador de uno de los murales que allí se encuentran.

Cuatro días le llevó a Apitatán, de 28 años, pintar en la espalda del Bloque 8 de los multifamiliares de Chiriyacu su obra No se encariñe con la merienda, mijo. En la obra se plasma la imagen de una mujer indígena que carga a su pequeño hijo en sus espaldas, mientras él juega con un cuy.

La oportunidad de intervenir en seis edificios, de cinco pisos de altura cada uno, la abrió el Festival Internacional de Arte Urbano Detonarte, organizado por el colectivo artístico Neural Industrias Creativas, con colaboración del Municipio de Quito, entre el 15 y el 19 de diciembre pasados.

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En esta sexta edición del Detonarte fueron invitados a intervenir con obras de gran formato artistas como Stinkfish, de Colombia; Onesto, de Brasil; Mantra, de Francia; y los ecuatorianos Steep, de Puyo (Napo); Vera, de Ambato (Tungurahua); y Apitatán, de Quito.

Los organizadores califican al Detonarte como un evento anual que busca impulsar la participación pública de los jóvenes a través de la intervención gráfica urbana.

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Apitatán, como le decían a este artista cuando era un niño, cree que el arte urbano, incluido el verdadero y trabajado grafiti, tiene un poder impresionante de cambiar los espacios grises y monótonos de las grandes ciudades.

El autor está seguro de que si se retiran las normas que sancionan drásticamente los dibujos en zonas públicas y se abren más espacios de expresión urbana, los artistas tendrían más tiempo para entregar obras gratuitas bien trabajadas que embellezcan a las ciudades.

Mosquera considera que tener dibujos bien logrados en una pared, en lugar del frío color gris del cemento o el blanco, es una ganancia para la urbe.

Matilde Álvarez, habitante de Chiriyacu, piensa que la iniciativa se debería extender a toda la ciudad. Agrega que así se contaría con espacios en los que se puede reflexionar sobre el mensaje del artista. (F)

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Edificios del sector de Chiriyacu fueron intervenidos por artistas de Ecuador, Brasil, Colombia y Francia.