Nicolas Denieul planta su pala y saca tierra. Gordos o filiformes, violetas translúcidos o marrones oscuros, los gusanos abundan en su campo, señal de una salud recobrada gracias a una forma diferente de trabajar el suelo, y no menos rentable que la tradicional.

"¡Es increíble! ¡Hace diez años nunca hubiera creído ver esto!", dice el agricultor con una sonrisa, las manos cubiertas de tierra, en medio de un frío glacial.

Hace diez años no había ninguna lombriz en sus tierras, cerca de Le Mans, en el oeste de Francia. Este campesino, que ronda la cuarentena, cultiva trigo, maíz y colza para alimentar a los 350 cerdos que cría con sus hermanos.

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Hace una década, la pala se hundía en una tierra lisa, exenta de gusanos, insectos y bacterias que normalmente son un signo de la buena salud de los suelos y del planeta.

Los suelos, así como los bosques o los océanos, absorben carbono, a través de la materia orgánica de los vegetales que se descomponen. En vez de ir a calentar la atmósfera bajo la forma de un gas de efecto invernadero, el carbono almacenado en los suelos servirá para fertilizar las plantas.

Un aumento de 0,4% por año de las reservas de materia orgánica de los suelos bastaría para compensar todas las emisiones de gases de efecto invernadero del planeta, según el Instituto francés de Investigación Agronómica (INRA).

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El ministerio francés de Agricultura lanzó este año un programa internacional de investigación con este objetivo, al que se sumaron 40 países durante la COP21.

Los suelos, afectados por la urbanización y la deforestación, han sufrido también por la intensificación de la agricultura.

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"Hemos masacrado los suelos" con máquinas segadoras más pesadas, arados más profundos, fertilizantes y pesticidas químicos, lamenta Nicolas Denieul.

Estos métodos destruyen la capa superficial de los suelos, la más valiosa. Es allí donde los gusanos absorben y digieren las plantas muertas, antes de diseminar este abono verde en el resto de los suelos.

Denieul cambió de estrategia en los años 2000, después de escuchar a una experta canadiense explicar que "bajo el pie de una yunta hay más habitantes que en todo el planeta".

Fue entonces cuando este agricultor decidió cambiar radicalmente su forma de trabajar la tierra. Junto a otros decidió dejar la labranza, un "paso enorme" que dio gracias a la ayuda de Base, una red pionera que aboga por una agricultura de "preservación" del suelo.

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"El arado remueve la tierra a una profundidad de 25 centímetros. Tuvimos que encontrar sembradoras que casi no trabajen la tierra", y simplemente dejen caer los granos bajo una capa delgada, explica.

Además, después de la cosecha, planta habas y alfalfa, que mejoran la fertilidad del suelo.

En resultado tras una década: el porcentaje de materia orgánica en sus tierras pasó de 1,5% a 3%.

Después de varios años de caída de la producción - el tiempo necesario para regenerar la tierra - , Nicolas Denieul obtiene ahora "las mismas ganancias" que con los métodos clásicos.

Y los ahorros que realiza son grandes: el tractor consume la mitad de combustible, utiliza menos herbicidas químicos y ningún fertilizante sintético. El estiércol de cerdos basta para las tierras naturalmente más fértiles.

"Hemos ganado la apuesta, somos más competitivos que un sistema de producción estándar", dice entusiasmado.

Convencido de que hay que revolucionar las mentalidades de los agricultores, Nicolas Denieul abre a menudo sus puertas a otros, "ávidos de información".

"La naturaleza no es rencorosa. Si cambiamos los métodos, las cosas volverán a su lugar", les explica. (I)