Los indígenas del pueblo Otavalo, en Imbabura, se aglomeraron ayer en el cementerio de Imbabuela para comer sobre las tumbas de tierra junto a sus seres queridos y rendirles homenaje con cantos, rezos y sus alimentos favoritos.

Las mamas (madres) repartían los alimentos a sus hijos y a quienes se encontraban en las tumbas cercanas.

También hubo espacio para el comercio. Verónica Caluquí dijo que llegó al cementerio con sus canastas de pan recién horneado. “Las guaguas de pan, los caballitos y las rosquillas, elaboradas con harina de maíz son los más apetecidos”, expresó.

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Las guaguas de pan se ofertaban en tamaños de 10 cm a medio metro. Los costos variaban, las 13 guaguas desde $ 2 hasta $ 4, las más grandes.

En el interior del cementerio, la familia Maygua se reunió en la tumba del taita (papá) José. Allí los caris (hombres) le dieron una serenata con música andina, cantada en kichwa, mientras que las guarmis (mujeres) hacían sus plegarias por las almas benditas y repartían mote, tostado, arroz, papas, huevos y champús.

Esta última, según la creencia de los otavalos, es la bebida predilecta de sus muertos. Se la elabora con mote, harina de maíz, panela y hojas de limón.

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Otros decidieron hacer una mesa comunal en el centro del cementerio, para que el párroco bendiga los alimentos antes de visitar a sus muertos.

Parte de las tradiciones milenarias de los otavaleños es la contratación de un rezador, personaje que con una campanilla y agua bendita va por los sepulcros rezando el padrenuestro y el avemaría. Él guía a las familias en sus oraciones.

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El rezador José Casteñeda, de 45 años, vestido de blanco y con un pañuelo en la cabeza, llegó al cementerio con sus tres hijos, quienes lo ayudaban a cargar la canasta en la que recibía alimentos como forma de pago.

Terminado el festín, algunos indígenas dejaban los alimentos predilectos de sus difuntos sobre las tumbas. (I)