Mercedes Cantos nació y creció en medio del olor del cuero curtido y aprendió a darle formas y colores a la rígida y opaca suela, tal como le enseñó su papá. Tiene 65 años y es una de las pocas talabarteras que quedan en Cuenca.

Evoca que en barrios tradicionales habían talleres en donde los hacendados pedían laboriosas sillas de montar. “Por la cantidad de detalles, las riendas, el apeo, las alforjas; los labrados y tonalidades de los terminados se convertían en verdaderos retos”, dice Cantos.

Agricultores y campesinos pedían obras sencillas y junto con la montura, que según Cantos se convirtió en el símbolo de estos artesanos, se pedían los “aderezos”, como el zamarro (pantalón de bastas anchas forrado con lana de oveja) para el dueño de la hacienda, el mayordomo y para los vaqueros.

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Teme que el oficio desaparezca, al menos en su familia, ya que aunque sus seis hijos aprendieron y trabajaron con ella y su esposo, ahora todos son profesionales. “Lo hacemos como un pasatiempo”, dice Arturo, uno de los hijos, para quien la falta de promoción artesanal en tiempos pasados, entre otros factores, impide que esta actividad resulte sustentable.

Cantos dice que turistas buscan estas prendas y que ellos sin regatear aceptan el costo de estas artesanías, que implica más de tres semanas de trabajo para transformar en lujo un material rígido.

Su local, el Nº 81 del Centro Municipal Artesanal (Cemuart), en la casona conocida como Casa de la Mujer, alrededor de la plazoleta San Francisco, el pasado martes lanzó un catálogo con trabajos de 83 artesanos que, según Max Íñiguez, dirigente de los artesanos, evitan que las tradiciones se pierdan.

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Los esposos Luis Matute y Cumandá Tenemaza venden artesanías en madera lisa y cerámica en el local 33. Es la tercera generación de una familia que mantiene los diseños florales de hace un siglo. Destacan candelabros, bateas, cofres, representaciones de frutas morlacas, vasijas de barro y otros.

Los bordados están en blusas, vestidos de fiesta o de playa que crea Carmen Cuji, también en alpargatas, o bolsos con formas de búhos, papagayos que elabora con restos de tela. “Nada se desperdicia por el bien del planeta”, dice.

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Piedad Fárez tiene un taller de confección de polleras y blusas de la chola cuencana, con más de 200 diseños. Cada semana crea propuestas que tardan entre una y cuatro semanas en crearlas, según la complejidad de los diseños en los que resaltan figuras geométricas y la gama de colores fuertes.

Pérdida de tradiciones
El juego de cuatro mesas de té plegables servía para jugar barajas o para sentarse en los patios en días de calor. Ahora se hacen bajo pedido.

Innovaciones
Carmen Cuji innova para evitar que el bordado de las polleras y blusas de la chola cuencana desaparezcan, y dice que le agrega matices. (I)

Los migrantes dejaron de enviar remesas y sus esposas, madres, hermanas que aún vestían traje típico dejaron de comprar por altos costos.Carmen Cuji, artesana

 

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