El emplazamiento urbano de Guayaquil se dio en torno al agua. Primero la urbe creció en lo alto, en el cerro, pero cuando ya no hubo más espacio en las alturas a la población le tocó bajar.

Entonces, se comenzó a destruir el manglar y a rellenar ese espacio basándose en un modelo de urbanización traído por los colonizadores españoles. No se consideraron ni las condiciones de los suelos, ni que la ciudad estaba rodeada de agua, una característica que la vuelve vulnerable a fenómenos del clima como El Niño o a efectos del cambio climático como una posible subida del nivel del mar que afectaría, mayoritariamente, a quienes construyeron sus vidas a las orillas del estero Salado.

Ocurrió a fines del siglo XVIII e inicios del XIX. Guayaquil empezó a consolidarse de forma horizontal trazando una línea que, dos siglos después, sigue marcada, y que con el rápido ritmo de urbanización, acabó con parte de su entorno natural. “Afortunadamente... (este) todavía es palpable”, señala la mexicana María de Lourdes Aburto, arquitecta paisajista y urbanista y directora de proyectos de la Fundación Habitar Humano.

Publicidad

Y porque todavía hay remanentes dentro de la franja urbana hay una oportunidad para impulsar el urbanismo ecológico. En torno a este y otros conceptos se debatió en la Escuela de Verano (curso educativo) Diseñando la Inclusión: coproduciendo urbanismo ecológico para una transformación inclusiva de la ciudad en Guayaquil, que se desarrolló del 11 al 24 de julio en la Universidad Estatal y que incluyó visitas a zonas como el Batallón del Suburbio e isla Trinitaria.

Se trata de un urbanismo sensible a las dinámicas de los ecosistemas y que incorpora la sostenibilidad económica, social y también ambiental, señala la peruana Lorena Miranda, coordinadora del proyecto Oportunidades para la Sostenibilidad desde las Ciudades, financiado por la Unión Europea.

Además, añade Aburto, el urbanismo ecológico considera las particularidades naturales, geográficas y climáticas de un entorno para determinar dónde debe haber asentamientos humanos. En función de lo que queda del manglar sugiere incorporar en Guayaquil una perspectiva a largo plazo sobre la forma en que se construye y para esto cree que deben cambiarse los planes de desarrollo y ordenamiento territorial.

Publicidad

“La parte normativa es clave (...), por eso también el urbanismo ecológico marca los puntos ideales del suelo, que no están en función de intereses económicos o la plusvalía del terreno, sino de garantizar la habitabilidad o calidad de vida de los ciudadanos”, sostiene.

Para Miranda, la preparación comunitaria es otro factor clave. Dice que la población, en especial la más vulnerable por estar al borde del estero, debe estar consciente de los posibles escenarios del cambio climático, un fenómeno que ya no puede desligarse del desarrollo urbanístico. “Lo mejor que se tiene que hacer aquí, en lugar de poner cemento, es usar la naturaleza y ahí tienen la gran bendición de los manglares. Necesita espacio el manglar, necesitas darle espacio a grandes corredores que sirvan de amortiguamiento que no solamente te van a proteger... de una subida del nivel del mar, sino también te van a dar calidad ambiental”, indica.

Publicidad

Ella destaca iniciativas como el proyecto Guayaquil Ecológico, pero cree que los parques lineales que lo conforman para devolverle espacios verdes a la ciudad deberían ser más anchos y para esto cree que se necesitaría relocalizar a algunas personas más o impulsar un urbanismo flotante.

La mexicana Edith Jiménez, doctora en Sociología Urbana, concuerda con ello. En su recorrido por el estero dice que la gente mostraba una relación muy estrecha con su entorno. “Hablaba con una señora y me decía: es que aquí en este estero había jaibas, ostiones, mis hijos aprendieron a nadar ahí, era un lugar con un agua muy limpia”. Y por esas memorias opina que debe involucrarse a la gente en el proceso, enseñarle a cuidar los ecosistemas. “Tenemos a una población dispuesta a aprender porque todavía tiene aquella memoria de cómo estaba, no es una generación que vivió ya un estero contaminado”, dice.

Cree que la urbe puede “poner el ejemplo al mundo” y mostrar cómo se hace “arquitectura en el agua”, y esto puede hacerse construyendo segundas plantas en las viviendas que están asentadas en el Salado.

Kelly Shannon, directora de la maestría en Arquitectura del Paisaje de la Universidad del Sur de California, EE.UU., también lo ve así. Pero apuesta por paisajes híbridos, donde no solo confluyan viviendas con el manglar, sino negocios, restaurantes, escuelas, clínicas para dar paso a un “paisaje productivo”, además de crear empleo. (I)

Publicidad