La historia de Drácula no hubiera sido la misma en la gran pantalla sin la imponente apariencia (de 1,93 m de estatura) y la meliflua voz de Christopher Lee. Un papel que forma parte del legado que deja el actor tras su muerte, el domingo pasado, en un hospital de Londres donde era sometido a tratamiento por problemas respiratorios.

La noticia de su deceso la dio ayer su familia. Tenía 93 años.

Nacido en 1922, fruto de la relación de un oficial de la Guardia Real Británica y una condesa, Lee fue la última estrella del cine de terror en habla inglesa, en una línea que tiene sus raíces en el cine mudo de Lon Chaney e incluye a grandes como Bela Lugosi, Boris Karloff, Vincent Price y Peter Cushing, coprotagonista habitual de Lee en los proyectos de Hammer Films.

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El actor es considerado una leyenda por sus seguidores. Tuvo personajes en famosas sagas como El señor de los anillos, El Hobbit, La guerra de las galaxias, James Bond y Fu Manchú.

En su juventud sirvió en la Real Fuerza Aérea en la Segunda Guerra Mundial, y luego de que esta finalizó comenzó a actuar por sugerencia de un primo. Participó en más de 250 películas desde su debut en 1947 con La extraña cita, de Terence Young.

Una vez criticó el encasillamiento en el que cayó por sus populares cintas de horror, a pesar de la calidad y variedad de roles que interpretó. Sin embargo, las actuaciones de Sherlock Holmes o del fundador de Pakistán aseguraron su versatilidad. “Nunca quise ser una estrella de películas románticas (...). Soñaba con ser un actor de carácter, que es lo que soy”, señaló Lee a la agencia AP en el 2002.

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Diario El País también recordó declaraciones anteriores: “Mi mejor actuación fue en Jinnah (1998), cuando interpreté a Muhammad Ali Jinnah, fundador de Pakistán. ¿Mi mejor película? El hombre de mimbre (The wicker man), de 1973”.

Lo único que no pudo ser fue Don Quijote. Lee, además, colaboró con su voz en discos de bandas por su afición al heavy metal. (I)