La capital ecuatoriana es cuna de tradiciones y sus colaciones, que cumplen 100 años, halagan el paladar de los quiteños y se resisten a desaparecer, aunque solo un artesano sigue con la elaboración de estos dulces.

La colación es un pequeño dulce redondo con relleno de maní o almendra, en cuya preparación se utiliza azúcar, agua, limón, esencias y “algunos otros secretitos”.

A comienzos del siglo pasado muchas familias se dedicaban en Quito a la producción de esas golosinas, imprescindibles en los bolsillos de los escolares de la época, pero ahora solo sobrevive el negocio de colaciones de Luis Banda.

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Banda es heredero orgulloso de una tradición que se resiste a dejar que desaparezca “mientras viva”, según dice este año, en el que sus golosinas cumplirán un siglo.

Su abuela, Hortensia Espinosa, aprendió el oficio de unas tías suyas y en 1915 fundó un pequeño negocio de colaciones en un local frente a la Cruz Verde, en el barrio de San Roque.

Luis heredó el oficio y mantiene hasta ahora Las Colaciones de la Cruz Verde, pese a que no es una labor que deje muchos réditos económicos.

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“Es un negocio familiar” y de esa manera permanecerá, afirma Luis, cuyo local se trasladó del sitio original a otro cercano, donde comparte los quehaceres con su mujer.

Su vida cotidiana comienza muy temprano en la mañana, cuando alista los materiales para hacer varias “paradas” o tandas de caramelos.

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Hierve el azúcar con el agua hasta tener una jalea melosa, luego coloca el maní o las almendras en un viejo pailón grande, heredado de sus padres, que agita ágilmente en un movimiento pendular.

El fuego y el bronce, como si fuesen mágicos, moldean las pequeñas bolitas de dulce que adquieren colores intensos, dependiendo de las especias con las que se mezcla la miel.

Indígenas, autoridades, ricos y pobres visitan el local todos los días para comprar las golosinas. “No hay presidente de la República que no haya probado mis colaciones, pero el más goloso fue el doctor (José María) Velasco Ibarra”, agrega el comerciante. (I)