P. César Piechestein para El Universo

Es costumbre entregar ramos de flores, son una representación de nuestros sentimientos. Los entregan los enamorados, los compramos para nuestra madre y los ofrecemos a nuestros difuntos. A nadie se le ocurre regalar un ramo sin querer expresar con él algo que se lleva por dentro.

Llevar un ramo al iniciar la Semana Santa es una expresión de fe. Recordemos que los judíos recibieron a Jesús al llegar a Jerusalén con ramos de olivo mientras lo proclamaban Hijo de David. Ese título implicaba reconocerlo como el Mesías. Los ramos eran un reconocimiento de la dignidad de Cristo.

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Hoy los católicos del mundo entero nos acercamos a nuestras parroquias llevando nuestros ramos de olivo, de palma, de laurel, de hierbas aromáticas y también de flores. No cuenta tanto el material del ramo como lo que significa para nosotros. Nuestra fe, la que hemos recibido de nuestros padres y que Jesús transmitió a los Apóstoles, nos dice que el Hijo de David es Dios que se hizo hombre y vino a salvarnos. Es decir que con nuestros ramos lo que expresamos es nuestra fe en la divinidad de Jesucristo.

Quizás algunos se sorprendan, quizás algunos no lo sepan, pero todos los signos y tradiciones de nuestra Iglesia están llenos de significado. Nuestro ramo bendito no es un amuleto para colgar, sino un signo de nuestra fe en la divinidad de Jesús de Nazaret.

Es bueno saberlo y bueno también recordarlo, para acercarnos a celebrar que Dios se hizo hombre por amor al hombre. (O)