Fernando Balseca

Mi contacto inicial con la presencia de Miguel Donoso Pareja se dio en 1977, cuando en la prensa de México él publicó una crítica a mi primer libro de cuentos, que había aparecido el año anterior.

Mi libro, de discutible valor literario, recibió una serie de señalamientos negativos desde el punto de vista literario. Pero fue una importante revelación para mí comprobar que la crítica podía situar con mesura los alcances de un texto: al mismo tiempo que recibía cuestionamientos por parte del gran escritor que ya era Miguel Donoso, él realizaba una serie de observaciones positivas, que me animaban a seguir intentando con la escritura.

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Aprender a aceptar una crítica negativa fue una temprana lección que recibí de Miguel, aunque él vivía en México y yo en Guayaquil. Y a entender que la crítica no era un asunto dirigido a la persona, sino a lo que estaba impreso. Esta enseñanza me ha acompañado durante mi carrera en el mundo de la lectura y la escritura de literatura.

En 1982, cuando Miguel Donoso terminó su exilio en México y regresó al Ecuador, una de las principales tareas a las que se dedicó fue a trabajar en talleres literarios en Quito y en Guayaquil.

Tuve el honor de formar parte del primer taller que operó en el puerto, donde estaban Jorge Velasco Mackenzie, Edwin Ulloa, Fernando Itúrburu, Jorge Martillo, Raúl Vallejo, Eduardo Morán Núñez...

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Un ambiente relajado, incluso lleno de humor, caracterizaba esas reuniones; pero la tarea crítica convertía a ese espacio en uno de absoluta seriedad, donde se daban comentarios responsables y constructivos.

El respeto que Miguel mostraba por sus talleristas lo llevó a señalar con absoluta nitidez cuándo un texto era defectuoso y tenía, por tanto, que ser descartado o mejorado. Su afán no era hacer de los escritores personas envanecidas con sus logros artísticos, sino autores responsables y conscientes de la eficacia de las palabras.

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Miguel le enseñó a varias promociones de talleristas la necesidad de ‘aprender a leer’ los textos propios como si fueran ajenos, en la perspectiva de que cada escritor pudiera encontrar una postura crítica con sus textos, y, sobre todo, una capacidad de autoanálisis que sería necesaria en el momento de abandonar el taller.

Él fue el escritor maestro que trabajó, con inmensa generosidad, para afianzar el talento creativo de muchos autores ecuatorianos. Dio a sus alumnos todo lo que él sabía. (O)

Miguel le enseñó a varias promociones de talleristas la necesidad de ‘aprender a leer’ los textos propios como si fueran ajenos

* ESCRITOR ECUATORIANO