Mire a su alrededor. Tazas, zapatos, cables... objetos y más objetos. Al comprarlos, quizá, pensó que eran "necesarios" o logró satisfacer un deseo. Ahora la sensación pasó, y quedó el objeto. 

"Acumulamos debido a la relación sentimental que nos liga a los objetos, a su presunto valor, a la seguridad que proporcionan o la voluntad de conservarlos para alguien", relata la académica francesa Valérie Guillard, coordinadora del estudio "Bulimia de objetos". 

La palabra "bulimia" define el deseo desmesurado de comer, pero Guillard amplía su significado a los objetos. El estudio va tras la pista del filósofo alemán Walter Benjamín y destaca su famoso aforismo: "El coleccionista posee al objeto del mismo modo que este posee al coleccionista". 

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Vivir rodeado de objetos servía para presumir de riqueza en el siglo XVIII, donde se inventó la intimidad y, con ella, la propiedad privada.

Luego llegó un mobiliario destinado a ponerla a buen recaudo: tocadores, cómodas, baúles o traperos; era el reinado de la caja.

"Pese a que la acumulación sigue siendo un signo de poder, su visibilidad ya no es la misma", señala Guillard, quien revela cómo hoy las clases privilegiadas prefieren los interiores amplios y depurados antes que los atestados apartamentos de la clase media.

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El perfil del acumulador medio apunta tanto a los menores de 35 años como a los jubilados, a las mujeres frente a los hombres.

Se trata de una "circulación inagotable de objetos" alentada por plataformas como Ebay y sostenida por el auge de los trasteros privados, los anticuarios y, contra todo pronóstico, la generalización de la economía sostenible y el reciclaje: también acumulamos para ser más eficientes.

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"La segunda mano comporta un acto de compra muy gratificante", reflexiona Guillard, quien describe a un comprador que adquiere no tanto el objeto en cuestión, como su pasado, el universo al que una vez perteneció.

Y cuando parecía que la cultura digital acabaría con los problemas de espacio, regresan los vinilos y las películas de colección, mientras los internautas imprimen álbumes con sus fotos de Facebook.

"Necesitamos la seguridad que proporciona tocar, lo físico", concluye Guillard para confirmar un aspecto que va camino a convertirse en un drama universal: "La reticencia a deshacerse de las cosas". (I)