Lo dejó todo por ella. Sus mallas lo sedujeron por completo y sutilmente terminaron apartándolo de sus amigos. Se le incrustó de tal modo que, ahora, solo pensar vivir sin el encanto de sus movimientos y el sonido de su música es suicidio. Así terminó encarnándose la danza en Kléver Viera, 40 años después de respirar con ella.

Kléver Rodrigo Viera Pérez, bailarín y maestro de danza contemporánea, nació hace 60 años en Toacaso, Cotopaxi, en “un pueblo árido al cual los capulíes le dulcificaban todo. No había agua y para beber el líquido había que sacarlo de los pozos. Las vacas comían penco. Eran pueblos miserables”, recuerda Viera.

Sus padres, ya fallecidos, también fueron de la zona. Su madre de Toacaso y su padre de Poaló. Viera se inició en 1974 al ingresar al Instituto Nacional de Danza. Ahí empezó a perder la cordura por su profesión. Tenía apenas 20 años, pero no siempre quiso bailar.

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Desde niño soñó con ser músico porque toda su familia tocaba, por tradición, en las bandas de pueblo.

“Hubiera sido un gran director y compositor, pero un músico muy malo”, se autocalifica. Pero fue al ponerlo en la universidad en lo que erró su padre. “Era de dejarme nomás en el conservatorio”, ríe a carcajadas, mientras sus ojos se pierden al recordar.

La danza apareció de sorpresa, pero cuando sus pies se movieron por primera vez ya nada fue igual. Se entregó en cuerpo y alma y nunca dudó de lo que quiso para su vida. Ahí lo dejó todo y permitió que la danza copara todos los espacios. Su primera presentación fue en octubre de 1975 y sus progenitores no presenciaron sus inicios.

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Su padre había fallecido y su madre estaba guardada en el seno del hogar.

Es un artista profundo, transparente e ingenioso, que se entrega por completo cuando la danza expande su ego, sostiene sereno Fausto Espinosa, un exalumno, quien lo considera el “padre de la danza”.

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A veces también “se raya”, es bohemio, ama a las mujeres, pero es una persona que se dedica a vivir su propia vida.

Actualmente Viera enseña en el Ballet Ecuatoriano de Cámara (danza contemporánea) y desde el 2011 creó el taller permanente de experimentación dancística. Ahí trabaja cuatro horas y se inventó ese espacio para capacitar a la gente que no tiene maestros de danza, no obstante sí una gran necesidad de aprender.

Su andar es una entrega permanente a aquella que le robó hasta la compañía permanente de una mujer. Él, después de sus tareas, se dedica a crear monólogos. (F)