Celebrar una misa católica en Estambul es un ejercicio de diversidad: fieles locales, refugiados africanos, turistas e incluso algún musulmán se dan cita en el templo.

Según el vicario apostólico de Estambul, Louis Peltre, en la gran metrópolis del Bósforo, con sus 15 millones de habitantes, hay solo entre 25.000 y 40.000 católicos.

“Ahora hay muchos refugiados africanos, pero también estudiantes, algunos erasmus (becados), los filipinos están desde hace tiempo... y hay un colectivo polaco importante”, cuenta. Es una grey “muy distinta a la antigua base de la comunidad, que eran los levantinos”, recuerda, en referencia a las familias de descendencia francesa o italiana que llevan muchas generaciones en el Mediterráneo oriental.

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Lo que prácticamente no hay son turcos: las ramas autóctonas de la Iglesia cristiana en Turquía se dividen entre armenios, griego-ortodoxos, siriacos y caldeos, estos últimos también de la familia católica.

Convertirse es legal en Turquía y la administración no pone obstáculos a quien quiera cambiar de fe, pero pocos musulmanes dan este paso.

Eso sí, cada martes, la iglesia de San Antonio tañe sus campanas para llamar a misa en turco. La mayoría del público está más dado a curiosear o a hacerse fotos. Varias señoras charlan en armenio; aunque los armenios católicos disponen de iglesias propias, es frecuente verlas en la misa latina en turco.

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Pero también hay turcoparlantes, como Özge, una estudiante que acompaña a su madre, Angelina, hija de armenia y polaco, casada con un musulmán. “La mayoría de las cristianas que se casan con un musulmán se convierten, pero mi marido –ya falleció– nunca me lo pidió; desde luego no hace falta convertirse para registrar un matrimonio, la fe es un asunto personal en Turquía”, explica Angelina.