Dos caras de una misma moneda afectan a la biodiversidad mundial. Por un lado está la marca que deja una sociedad sobre el territorio en el que desarrolla sus actividades productivas. Es lo que se denomina huella ecológica. Por otro, está la capacidad que tiene la naturaleza para responder a esas demandas y que se conoce como biocapacidad.

En Ecuador, ambos factores han generado impacto en su riqueza biológica. La huella ecológica ha venido aumentando impulsada más por la característica de ser un país productor y exportador de materias primas que por el consumo de sus habitantes, según un informe sobre el tema presentado en el 2013 por el Ministerio del Ambiente (MAE). Mientras, la biocapacidad, es decir, el área productiva de tierra y mar disponible para abastecer los recursos, se reduce.

El informe Planeta Vivo 2014, difundido esta semana por el Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés), ratifica aquello. La huella ecológica de un residente promedio nacional es de 1,84 hag (hectáreas globales –indicador de esta medición) por persona al 2010 (último dato disponible), mientras que la biocapacidad de un residente promedio es de 2,11 hag.

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En el 2009, esta huella fue de 1,62 hag por persona, según el MAE, lo que implica un aumento del 12% con relación al 2010. La biocapacidad, en cambio, disminuyó 10% (era de 2,35 hag por persona).

El documento de la WWF explica que la biocapacidad no garantiza necesariamente una mayor protección ambiental. El informe del MAE coincide con ello: “Si bien, el aumento de tierras de cultivo y la expansión de la frontera agrícola permite el incremento temporal de la biocapacidad, esta práctica provoca el agotamiento de recursos forestales, acelerada erosión de los suelos, pérdida de la diversidad biológica, alteración de la hidrología de las cuencas hidrográficas y afectación del clima...”.

El Gobierno busca aumentar la biocapacidad a 2,50 hag por persona hasta el 2017, según el Plan Nacional del Buen Vivir.

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Latinoamérica soporta la mayor pérdida de poblaciones de vida silvestre, con una reducción del 83% de especímenes de peces, aves, mamíferos, anfibios y reptiles en los últimos 40 años, agrega WWF.

Ecuador no está exento de ese balance. La degradación y pérdida de hábitat, la pesca y la cacería son factores que afectan a la biodiversidad local, dice Hugo Arnal, director de la WWF en el país. Cita como ejemplo al páramo, cuya transformación para uso productivo, ha causado la reducción de los ecosistemas nativos.

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Dos grandes mamíferos del país, el oso de anteojos y el jaguar, requieren de grandes extensiones (de bosque y selva) y corredores biológicos (áreas conectadas entre sí) para garantizar su sobrevivencia.

Según estimaciones, un oso de anteojos adulto necesita unas 800 hectáreas (ha) de bosque. Un jaguar requiere unas 1.500 ha, a decir de estudios realizados en el pantanal brasileño, donde hay 6,5 ejemplares por cada 10 mil ha.

La cacería es otro factor que afecta al jaguar, según Arnal: “Como es un depredador tope (en la cúspide de la cadena alimenticia) por definición es un animal de baja densidad poblacional y son susceptibles a la cacería por su piel”, indica.

La transformación del hábitat también redujo el espacio para los cóndores (aves carroñeras), aunque este cambio para el uso productivo de la tierra implicó el reemplazo de las presas naturales, como los venados o las llamas, que van desapareciendo de las estepas andinas, por ovejas y vacas.

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Juan Alfonso Peña, representante en la región andina de Global Footprint Network –organización que mide la huella ecológica y la biocapacidad de los países y del mundo–, añade otro factor: la pesca. “En el Ecuador estamos pescando cinco veces más de lo que los mares se regeneran”, indica Peña.

Para él, falta valorar más a la biodiversidad, sobre todo en un país como Ecuador que alberga al Parque Nacional Yasuní, donde existe la mayor cantidad de insectos por kilómetro cuadrado en el mundo (se han registrado hasta cien mil especies por ha). A este lugar Peña le ve un potencial más grande por su megadiversidad que por su petróleo.

Cuenta que con la biomímica (ciencia basada en la naturaleza), se ha descubierto que los escarabajos del desierto capturan y condensan en la noche la humedad del aire en pequeñas gotas sobre su carapacho, y se piensa en aplicar esta función en edificios.

Un 38% de la huella ecológica del país está dada por la explotación petrolera en el oriente, aunque los cultivos y pastizales representan juntos el 37% del impacto en los ecosistemas nativos que aún quedan.

La frontera agrícola nacional se expandió de 7’955.248 ha, en 1974, a 12’355.820 ha, en el 2000, según los censos agropecuarios. Aquello implicó el reemplazo de bosques primarios, páramos y humedales por agroindustria, pastizales y agricultura de subsistencia, según el MAE. Al 2012, un 24,5% de la superficie continental del país eran cultivos.

Como resultado, en Ecuador en tres grupos de seres vivos: mamíferos, plantas y aves, ya se han extinguido trece especies, entre ellas el Solitario George (tortuga galápagos gigante). También hay 105 especies de mamíferos, 161 de aves y 3.503 de plantas que están en alguna categoría de amenaza, según cifras del MAE.

1,1
Tierras se necesitarían para suplir la demanda de los ciudadanos del mundo si vivieran como un ecuatoriano promedio.

77%
De las especies de plantas del país están en alguna categoría que implica peligro de extinción, según el Libro Rojo de las Plantas Endémicas del Ecuador.