La saga "Transformers" está sacada de unos juguetes infantiles y la falta de una historia con peso ha sido el punto flaco de las tres primeras entregas y lo sigue siendo de la cuarta, en la que además el protagonista es un Mark Whalberg que le pone poco entusiasmo.

Tras la salida de Shia LaBeouf, los productores han querido dar un giro a la historia de los automóviles que se transforman en robot eligiendo a un protagonista más maduro y, en teoría, con mayor experiencia y profundidad.

Pero para mostrar ese cambio, lo único que hay en "Transformers: Age of Extinction", es un científico bastante descerebrado (Whalberg) que actúa como padre preocupado de una adolescente (Nicola Peltz) que tiene suficientes años para valerse por sí sola.

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La acción sigue siendo vertiginosa por el oficio de Michael Bay, cada vez más centrado en el espectáculo que en las historias que cuentan sus películas, lo que hace que el entretenimiento esté asegurado.

Y en otro cambio de estilo, se ha introducido un personaje, el de Stanley Tucci, que aporta mucho más humor que en las entregas anteriores, algo que no deja de repetirse en las películas de acción para adolescentes desde los buenos resultados en taquilla del gamberro Iron Man.

Tucci es un actor más que solvente y sus apariciones son refrescantes, además de ser un robaescenas nato, algo fácil frente al escaso talento de Whalberg, cuyo trabajo siempre depende de que el director le lleve por el buen camino, algo que aquí no sucede.

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También destaca la presencia de Kelsey Grammer como el malo de la historia, un tipo de papel que parece gustar al actor, muy alejado del personaje de psiquiatra de las series "Cheers" y "Frasier", que le lanzó al estrellato.

Pero pese a sus carencias, este cuarto "Transformers" es un perfecto producto para el verano: puro entretenimiento y poca reflexión.

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Y el resultado en taquilla es más que evidente.

Superó en poco más de un mes los 1.000 millones de dólares de recaudación y la cifra sigue aumentando.