En un cálido día de primavera, Floribeth Mora estaba en su vivienda esperando morir de un aneurisma cerebral inoperable, cuando miró una fotografía del papa Juan Pablo II en un diario. “Levántate, no tengas miedo”, le habría dicho el pontífice a Mora, recuerda ella.

Mora, sus médicos y la Iglesia católica aseguran que su aneurisma desapareció ese mismo día, en un milagro que despejó el camino para que el papa sea canonizado el 27 de abril en una ceremonia en el Vaticano en la que Mora será la invitada de honor. Para ella, el milagro fue apenas el inicio de su metamorfosis de una mujer enferma y desesperada a un símbolo adorado de la fe para miles de costarricenses y católicos en todo el mundo.

Ha recibido a numerosos visitantes locales y extranjeros en su modesta casa en un barrio de clase media en las afueras de San José, la capital de Costa Rica, y acepta invitaciones para hasta cuatro misas al día.

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Dice que no oye a los escépticos que dudan que realmente fue sanada. “Cada uno que crea lo que quiera”, afirma “Lo que yo sé es que estoy sana”.

Después de que los médicos la declararon curada, los rumores llegaron muy pronto a una iglesia local y de ahí al Vaticano. Hoy, Mora dice que hablar de su experiencia se ha vuelto su vocación. Refiere que en ocasiones la gente le pregunta si la experiencia fue imaginada, o resultado, quizá, de una enfermedad mental.

Sus nietos corren por los estrechos pasillos de la casa en la que vive con su esposo, un policía jubilado. Imágenes del papa Juan Pablo II, del niño Jesús y la Virgen María adornan casi todas las paredes de la casa.

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A menudo se siente abrumada por los pedidos de oraciones y cartas que los fieles le piden que le lleve a Francisco. “Tengo que comprar una maleta especial para esas cartas, porque algunas son paquetes grandes”, dice. Está entusiasmada por conocer al papa, a quien admira por su humildad y los cambios que ha hecho en la Iglesia.

Aunque se ve cansada, manifiesta que se siente bien, y que ninguno de los síntomas que la tuvieron al borde de la muerte hace tres años ha regresado. No tiene dudas de que le debe la vida a Juan Pablo II. “Que lo declaren santo es importante, pero para mí él ya es un santo”, dice. “Lo que nunca me imaginé es que yo iba a formar parte de todo esto”, anota.