Juan XXIII, el llamado Papa Bueno, es considerado como el padre de la renovación de la Iglesia católica a través del lanzamiento, en 1962, del Concilio Vaticano II.

El pontífice, reputado por su sencillez y afabilidad, estuvo al frente de la Iglesia apenas cinco años, desde 1958 hasta 1963.

Fue beatificado el 3 de septiembre del 2000 por Juan Pablo II, junto a quien será canonizado el próximo 27 de abril por el papa argentino Francisco.

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Se ganó la reputación de progresista por haber promovido el diálogo con otras religiones y con los no creyentes, y por haber destacado las raíces judías del cristianismo, intentando cerrar antiguas cicatrices. “Juan XXIII era abierto en lo pastoral”, refiere Nelsa Curbelo, la directora de la Fundación Ser Paz. Dice que él removió los cimientos de la Iglesia. “En mi visión particular, me gusta mucho Juan XXIII”, agrega.

Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte (norte de Italia), en el seno de una modesta familia campesina de Lombardía. Tenía 77 años cuando fue elegido papa, el 28 de octubre de 1958, con el nombre de Juan XXIII. Sucedió a Pío XII.

En esa época el mundo estaba dividido en dos bloques dirigidos por las grandes potencias: la Unión Soviética y Estados Unidos, y la Guerra Fría estaba en su punto más alto. En Cuba, entre tanto, los hombres comandados por Fidel Castro implementaban una lucha contra el gobierno de Fulgencio Batista.

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El nuevo papa, que era visto al principio como una figura de transición, sorprendió al mundo al anunciar el 25 de enero de 1959 la celebración del Concilio Vaticano II, una asamblea con todos los obispos del mundo para cambiar a la Iglesia, que llegó a inaugurar el 11 de octubre de 1962.

“Yo voy a abrir la ventana de la Iglesia, con el fin de que podamos ver lo que sucede afuera y que el mundo pueda ver lo que pasa en nuestra casa”, clamó entonces el papa.

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Los sectores conservadores del Vaticano pensaron al principio que el Concilio no debatiría asuntos importantes, pero rápidamente se dieron cuenta de que no sería así. El Concilio Vaticano II debatió muchos temas, desde abandonar la sotana hasta el latín como idioma oficial de la Santa Sede, pasando por la libertad de conciencia y de religión, el diálogo con otras religiones y con los no creyentes, y modificó la actitud del catolicismo hacia los judíos. El Concilio Vaticano II no había concluido cuando Juan XXIII falleció, el 3 de junio de 1963, luego de haber publicado la encíclica Pacem in Terris (Paz en la Tierra).

Meses antes de su muerte, en octubre de 1962, había enviado su histórico mensaje radial Urbi et Orbi a las embajadas de Estados Unidos y la Unión Soviética para pedir la paz y frenar la llamada Crisis de los Misiles en Cuba, que amenazó con desencadenar una guerra nuclear.

El doctor Eduardo Peña Triviño, excatedrático universitario y exvicepresidente de la República, señala que Juan XXIII no tuvo mayor relevancia en el aspecto político, pero sí en el religioso. “El Concilio Vaticano fue una resurrección de la doctrina de la Iglesia. La actualizó al mundo”, refiere Peña. También destaca que este papa abre la Iglesia a la discusión.

Numerosas anécdotas circulan sobre su sentido del humor y su don para no tomarse en serio a sí mismo. Contaban en Roma que Juan XXIII dijo poco antes de morir: “Si desde el comienzo de la eternidad Dios sabía que yo iba a ser papa y tuvo 80 años para irme modelando, ¿por qué me hizo tan feo?”.

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Santo subito!” (“¡santo ya!”) gritaba de forma espontánea la multitud reunida en la plaza de San Pedro, en Roma, tras la muerte del papa Juan Pablo II, el 2 de abril del 2005, luego de casi 27 años de pontificado, en los que visitó 129 países, escribió 14 encíclicas, proclamó 482 santos y 1.338 beatos. De ese grito han pasado nueve años y Juan Pablo II, el Papa Viajero, como se lo conocía, será elevado a los altares el próximo 27 de abril.

Su canonización en un tiempo récord refleja su popularidad entre los fieles –fue un pontífice carismático–, pero deja de lado los cuestionamientos contra la Iglesia por haberse desentendido de las denuncias contra sacerdotes pedófilos y otros escándalos que ensombrecieron su pontificado.

Juan Pablo II contribuyó al derrumbe del comunismo y pidió que el mundo se abriera a Cuba, en una histórica visita a la isla en 1998, en la que fue recibido por el comandante Fidel Castro. El papa polaco amaba viajar y llevar su mensaje hasta los más recónditos rincones de la Tierra. Así, conoció América Latina y se empapó de las problemáticas de otros países del mundo. Su pontificado pasó a la historia también por haber impuesto un estilo que contrastaba con los usos de la curia romana, acercándose a la gente sin temer el contacto directo con los fieles, pese a las medidas de seguridad que se hicieron más estrictas desde el atentado que sufrió en 1981 en el Vaticano. “Era abierto a la gente, era impresionante su capacidad de comunicación, pero no era abierto en teología”, dice Nelsa Curbelo.

Por su parte, el doctor Eduardo Peña Triviño sostiene que Juan Pablo II fue clave en la geopolítica. “Su actitud fue uno de los factores determinantes de la caída del comunismo y la disolución de la Unión Soviética”, refiere.

El polaco Karol Wojtyla, quien nació en Wadowice, cerca de Cracovia (Polonia), el 18 de mayo de 1920, en una familia modesta, fue elegido papa el 16 de octubre de 1978. Tenía 58 años y tomó el nombre de Juan Pablo II, en honor de su antecesor, Juan Pablo I, que ocupó solo un mes el trono de Pedro.

Wojtyla se convirtió así en el pontífice más joven del siglo y el primero no italiano desde el holandés Adriano VI (1552).

En América Latina, en aquella época la mayoría de los países estaban gobernados por dictaduras. En Ecuador se allanaba el camino para el retorno a la democracia después de más de un lustro de dictaduras.

A lo largo de su pontificado, uno de los más largos de la historia de la Iglesia, Juan Pablo II se entrevistó con 703 jefes de Estado y nombró a cerca de 3.000 de los 4.000 obispos que hay en el mundo. Se pronunció por la paz y el entendimiento internacional, la promoción de una gran Europa, la solidaridad entre el norte y el sur, la reconciliación con los judíos y el diálogo con los musulmanes y con otras confesiones.

El papa, que había conocido tanto el nazismo como el comunismo, pidió en numerosas ocasiones perdón por los errores y horrores cometidos por los católicos en el curso de los siglos. Adoptó una línea conservadora, sin embargo, en temas relacionados con el control de la natalidad, el aborto y el divorcio.

Otro asunto que le ha sido criticado es el manejo de las finanzas de la Santa Sede, en particular del Banco Vaticano.z