El culto a los santos, vistos como intercesores ante la figura del Dios único, sigue muy arraigado entre los católicos, sin que los debates sobre los milagros que se les atribuyen hagan mella en su fe.

Por tradición, cada oficio tiene su santo patrón, desde los marineros hasta los cazadores, pasando por los viticultores o los charcuteros.

Los cristianos de todas las confesiones veneran a los apóstoles, muertos bajo el martirio, y a los padres de la Iglesia.

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Los calvinistas tienen su Catedral de San Pedro en Ginebra y los luteranos han dado el nombre de Santo Tomás a numerosas iglesias.

No obstante, los protestantes, hostiles a la proliferación de fiestas religiosas en la Edad Media (hasta 80 días feriados en honor de santos patronos), no canonizan a nadie desde la Reforma de los siglos XV-XVI. Y en sus oraciones se dirigen directamente a Dios, sin intermediarios.

Odon Vallet, historiador francés de las religiones, explica que en general, "cuanto más lejos parece Dios, más se recurre a modelos cercanos, a intercesores. Esta necesidad de proximidad es manifiesta en las religiones monoteístas".

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"Entre los musulmanes, añade, no se habla de santos, pero hay una veneración por los patriarcas de la Biblia y los compañeros del Profeta".

"Entre los judíos se observa un respeto parecido por los profetas y los patriarcas, como Abraham. Las tumbas de Raquel o David se visitan con mucha frecuencia", explica Vallet.

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En el politeísmo de los griegos antiguos o los romanos, los dioses y semidioses no eran santos y con sus accesos de cólera, sus enamoramientos, sus guerras y sus caprichos tenían mucho de humanos.

¿Y los milagros?

La cuestión más complicada hoy día es la de los milagros.

En la Edad Media, la ciencia y la medicina no estaban autorizadas a hurgar demasiado en las curaciones inexplicables, consideradas como señales de una intervención divina.

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"Habrá que esperar hasta comienzos del siglo XX y el descubrimiento de medicamentos contra las convulsiones para que las crisis de epilepsia no se consideren más como el resultado de una 'posesión diabólica' (...) sino de un desorden neurológico", recuerda Jean-Claude Monfort, psicogeriatra en el hospital Saint Anne de París.

La ciencia parece poner en tela de juicio los milagros necesarios para la beatificación (uno) y para la canonización (dos).

Según el doctor Monfort, "es incontestable que la fe puede causar una mejoría física o psicológica y tal vez curaciones".

El mejor argumento es el exigente registro de milagros del santuario de Lourdes (69 en 150 años), reconocido incluso en el mundo científico no religioso.

Odon Vallet observa que figurar en ese registro de milagros supone superar toda una batalla de obstáculos.

El director médico de Lourdes, el doctor Alessandro de Franciscis, explica que el santuario "no es un lugar de atención médica, sino un lugar de peregrinación, abierto a una experiencia de humanidad".

"Para que se cumpla un milagro, una curación inexplicable pero verificada y duradera, el hombre pudo hallar en sí mismo recursos difíciles de movilizar en la vida cotidiana sin tener fe".