Le dicen el Walt Disney japonés, pero las heroínas de sus películas no son las clásicas princesas de los cuentos de hadas.

Algunos las han calificado de feministas. Tienen una gran empatía con su entorno –con todos los seres sintientes y la naturaleza– y un afilado sentido de la justicia y solidaridad.

Aquí hay brujas que buscan su destino arriba de una escoba. Jóvenes expertas en mecánica y en diseño de hidroaviones. Princesas guerreras o niñas con madres enfermas o sin padres. Niñas que, de tan niñas, sorprenden por su capacidad para hallar su camino lejos de casa.

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Nausicaä, Chihiro, Ponyo, Mononoke, Kiki... Ellas han sido posible gracias a Hayao Miyazaki, ese genio de la animación que anunció su retiro del cine esta misma semana.

El oscarizado cineasta, de 72 años, se define como el “artesano de una pequeña fábrica” más que como un director de cine, profesión que acabó adoptando “por petición de otros” y que –aseguró el viernes– nunca supo muy bien cómo ejercer.

El cofundador del mítico Studio Ghibli, que ganó un Óscar en el 2003 con 'El viaje de Chihiro', considerada una crítica al industrialismo moderno, dijo que desea trabajar otra década, pero a un ritmo más lento que le pueda permitir tomarse incluso los sábados.

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Para la cineasta guayaquileña Alexandra Mora, Miyazaki “es un excelente contador de cuentos y un excelente narrador visual”. “Hay una especie de inocencia en sus historias, donde el bien vence, pero no de una manera cursi o moralista”.

Destaca que se muestre los claroscuros de los personajes (no son solo buenos o malos), como en La princesa Mononoke, que recomienda con Mi vecino Totoro, Nausicaä del Valle del Viento y El castillo ambulante.

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Francisco Endara, fanático de la animación japonesa, destaca el animismo en su producción, en la que objetos de la naturaleza tienen vida o poderes. “Es un director que trabaja mucho con la fantasía”, comenta.