La cantante y compositora ecuatoriana presentó recientemente su segundo disco, Vengo a ver, formado por once canciones en español y dos en quichua. En estas se mezclan ritmos andinos y otros géneros musicales.

En el canto de Mariela Condo convergen muchas culturas. Para esta solista oriunda de Cacha, Riobamba y residente en Quito, cada persona es lo que es por lo que ha vivido y por sus raíces; pero lo más importante, a su criterio, es el concepto de ser humano que inexorablemente une a cada una de ellas. La artista quiere hacer música, libre, describiendo las experiencias dentro y fuera de su comunidad indígena puruhá, una cultura destacada históricamente por su valentía frente a la invasión inca y española.

De cabello negro muy largo, nariz aguileña y delgada figura, Condo asegura que al componer surge un espejo en el que se refleja, en el que se descubre. Ese objeto reflectante –simbólico– en el que se ‘mira’ inspiró el nombre de su segundo disco, Vengo a ver, que fue presentado el miércoles en el Centro de Arte Contemporáneo, en Quito. Allí la acompañó la artista Begoña Salas, quien pintando un cuadro mientras la soprano cantaba, propuso su interpretación de las melodías.

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Vengo a ver, producto del esfuerzo económico de la artista y de donaciones de terceros, contiene once canciones en español y dos en quichua. Estas dos, asevera Condo, forman parte de su legado cultural, ya que le pertenecieron a sus abuelos. “Manila es la canción que mi abuela solía cantarse a sí misma como una manera de darse fuerza. Y Kikilla, que es un arrullo que mi abuelo le cantaba a su hijo muerto”.

Flor de quebrada, Dejándose caer o El trigo y el sol son algunos de los sencillos en español en los que relata sus experiencias, siempre entrecruzadas con elementos de la naturaleza. Su CD no tiene etiquetas, expresa, solo es música ecuatoriana.

Hace hincapié en que cada instrumento que se escucha en su trabajo, como el charango, quena, zampoña, chelo, clarinete bajo o ella –porque también se considera un instrumento– son protagonistas.

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Antes de ser solista, la cantante participó en el Coro Pichincha del Consejo Provincial de Pichincha, el octeto vocal Kantart del Departamento de Cultura del Municipio de Quito; o en el grupo Vozteso Ensamble, en el que asegura que, con sus compañeros, conformó una trinchera, un canal para expresar a través de la música sus emociones y sentimientos.

La voz de la compositora de 30 años es sutil y parecería que encerrara timidez, una timidez que se esfuma al responder de manera tajante a la pregunta de si se dedicaría a algo más que no fuese la música. “Nací inútil, no sirvo para otra cosa y eso no sé si lo hago bien”. Desde pequeña participó en presentaciones escolares en Chimborazo; luego en festivales corales internacionales o en Estados Unidos con el grupo ecuatoriano Yarina, ganador en el 2005 de un Nammy, premio que reconoce lo mejor de la música nativa americana.

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En el 2008, la graduada del Conservatorio Nacional de Música y del Instituto de Música de la Universidad San Francisco de Quito, lanzó su primer álbum con diez canciones en quichua, al que denominó Shuk shimi, waranka shimi (Una voz, mil voces). Esa producción, con elementos contemporáneos e indígenas e inspirados en las experiencias musicales en comunidades de Chimborazo e Imbabura, marcó su inicio como solista. Aquella obra musical y la nueva son como dos hijos para la admiradora de Enrique Males o Lila Downs.

A pesar de que fueron elaborados en etapas distintas, no duda en decir que “a los dos se les quiere, se les ama; (...) son como lo mismo sin ser iguales”.

Vengo a ver. Es un disco bastante humano, tiene mucha alma; lo viví, lo sentí, lo sufrí, lo reí”.

En su constante quehacer musical, en el que se refugia, la inspiración que Condo necesita no aparece entre cuatro paredes. Cita a Diego el Cigala para aseverar que alguien no puede producir algo bueno desde la comodidad del sofá. Hay que salir a explorar el mundo.

En la vida de Condo, la lectura, además de apasionante, es obligatoria. Tolstói, Borges, Rulfo, Bolaño y Onetti son los autores que ha leído recientemente. Pero la cantautora no solo desea conocer universos literarios, también siente curiosidad por otras manifestaciones artísticas, por lo que tomó clases de pintura y títeres.

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Con puntos y rayas, rayas y puntos, Condo comenzó a dibujar y cuando se le agotó la intuición, tomó clases para perfeccionar su técnica e iniciarse en la acuarela. Con los títeres descubrió el poder que era capaz de proyectar.

“Me abrió un espacio tan interesante, la mano tratando de transmitir una energía. Cuando estás cantando utilizas tu mano, en ese rato tienes otra visión de qué hace tu mano, tu mano también está cantando, tu mano también está hablando”, comenta.

Condo palpó el racismo en la escuela y luego en otros contextos, al igual que el machismo o el etnocentrismo, admite. Los considera males que muchos han vivido. “Tanto el racismo como el etnocentrismo son tristes enfermedades de la humanidad, son actos de violencia”.

No obstante, estos “roces”, afirma, la han ayudado a madurar y a confiar en que la persona siempre puede cumplir un buen propósito.

Nací inútil, no sirvo para otra cosa (vivir de la música) y eso no sé si lo hago bien”.Mariela Condo