Como una obra de teatro musical. Así fue el concierto de despedida que Paloma San Basilio ofreció en el Centro de Convenciones de Guayaquil el pasado miércoles. La cantante española, que ha permanecido por 40 años en la escena artística iberoamericana, propuso un repaso por su trayectoria –que incluye canto y actuación– y escogió para ello como hilo conductor un guion en el que tres jóvenes (dos hombres y una mujer) hicieron de coristas, bailarines y contertulios.

Uno de ellos era el narrador, el que presentó a una mujer de espaldas, de figura estilizada, que tras escuchar unas palabras, se dio la vuelta, se incorporó y comenzó el show.

Vestida de negro, de chaqueta y pantalón brillantes y tacos altos, Paloma, interrogada por el narrador, contó su historia desde el principio, cuando muy joven aún, por recomendación de alguien, acudió a una disquera a una audición y luego de escucharla le dijeron: “Nosotros la llamamos”. “Y nunca me llamaron”, recordó con humor la artista, ahora de 62 años, devenida en pintora, oficio al que se dedica junto al mar, donde reside y lugar al que volverá luego de culminar su gira de despedida, titulada Hasta siempre.

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Así avanzó la velada, entre relatos y canciones, hasta cuando rememoró los primeros éxitos de su carrera, y en ese auditorio guayaquileño, copado de gente adulta básicamente, sonó La hiedra. Fue cuando desde el público, que había aplaudido fuerte el ingreso de la artista y luego había permanecido en silencio, nació otro aplauso largo, sonoro, como señal de identidad con la canción. Y de allí en más se fueron desgranado temas conocidos por la mayoría, como Cariño mío, Beso a beso, Por qué me abandonaste, Demasiado herida, Juntos. Y a todos, la intérprete les decía su historia, su contexto. Con alegría, con humor. Porque ese fue el talante de la noche. Nada de nostalgias, ni tristezas, sino celebración.

Fue un encuentro de la artista con su público, que sabía de sus diversas facetas. Una de ellas, la del teatro musical. Y así, Paloma evocó el día en que sin buscarlo –y tras algunos noes, o “cajoneos” de los que ella habló–, le llegó la oportunidad de su vida. A través de una llamada telefónica le ofrecieron el papel de Evita Perón en el musical del mismo nombre, que ha sido uno de sus mayores éxitos. Y de ese musical Paloma cantó el ya clásico No llores por mí, Argentina, vestida de traje largo de color beis, con brillos.

En la velada, en la que realizó cuatro cambios de vestuario (negro, beis, rojo y otra vez negro, y alternó pantalón y vestido), tuvo espacio para hablar de su relación con Latinoamérica, con este continente que le abrió los brazos. Y en su honor hizo una selección de temas latinoamericanos, como El día que me quieras, o la popular Sombras, que caló hondo en el público, o Caballo viejo y Gracias a la vida.

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Hubo, además, un homenaje al compositor Juan Carlos Calderón, del que Paloma interpretó sus éxitos. El espectáculo fue una mezcla de canto, baile, actuación y diálogos. Un show que la mostró ágil en el baile, segura en el escenario, por el que se desplazó altiva, o a veces cantó sentada, rodeada de los bailarines y apoyada por un grupo de músicos en el que tenía especial presencia el saxofonista. De las canciones de los musicales trajo Sueño imposible, ese tema que es como un himno a los ideales más puros.

En la cita –que se abrió con la participación del músico ecuatoriano Cristian Idrovo– faltaron éxitos como Por culpa de una noche enamorada. Pero cuarenta años de música no pueden ingresar en dos horas, aunque fue un buen compendio de una carrera, de una artista que no dijo adiós, sino: “Hasta siempre”, y que habló de lo que significan el amor, la amistad, la familia, los hijos, los nietos.

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Avanzada la noche, la imagen del principio: la mujer de espaldas, se repitió. Fue un show circular, que volvió al principio para terminar. El público despidió a Paloma San Basilio de pie. No hubo más canciones. Algunos le pidieron otras. Pero la mayoría salió del recinto.