Crítica de TV
Ricardo Rivadeneira Carbo | rrivadeneira@radiocity.com

Escribir sobre Game of Thrones sin revelar detalles sobre su trama es una tarea casi imposible. Tomando en cuenta que en cada capítulo hay mínimo dos muertos, sangre, una persona demente y alguien que aparece en paños menores; el drama fantasioso de HBO bien podría confundirse con En carne propia. Pero más que esto, ver Game of Thrones representa un ejercicio de paciencia.

La primera temporada se movía a paso lento, cada escena era una prosa sin fin en la que las cámaras realizaban un paneo eterno a través del mundo creado por George R.R. Martin, escritor de la novela original.

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Sus personajes eran lo que menos importaba en una historia que estaba enfocada a la pelea por el trono máximo de este reino inventado. Dicho objetivo se convirtió en el enfoque de esta adaptación televisiva, todo lo demás era algo secundario.

Esta turbia aventura nos dejaba con un sabor agridulce durante sus primeros capítulos, en los que nada relevante solía pasar. No fue sino hasta un evento de suma importancia durante la segunda mitad de la novel temporada, que las cosas comenzaron a moverse; una decapitación con consecuencia que puso en marcha una serie de hechos que marcarían al drama para siempre.

Desde la segunda temporada, hemos sido partícipes, jueces y verdugos de todas las piezas de este ajedrez con armaduras y dragones recién nacidos. Si bien el objetivo del trono sigue rondando la cabeza de todos, el desarrollo de Game of Thrones ha puesto a sus personajes como eje central del drama.

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La manera en que cada uno de los participantes en este juego de poder se desenvuelve es un deleite para el televidente; si antes los preludios de una pelea eran insignificantes, ahora el televidente sufre por el posible desenlace de sus héroes y villanos debido a que cada uno de ellos puede llegar a ser desechable. Aquí el encariñamiento es fútil... cualquiera puede morir.

Pero lo que Game of Thrones maneja a la perfección es la palabrería y los diálogos entre Raimundo y todo el mundo, ya sean estos entre una plebeya y un rey. El intercambio gramatical entre sus personajes ofrece los momentos más placenteros de la serie, con dimes y diretes que se asemejan a los chismes de palacio o a las conversaciones de ficción mantenidas entre la servidumbre de una mansión; como un Downtown Abbey con esteroides.

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En la tercera temporada de la serie, Peter Dinklage sigue liderando a un fructífero elenco encargado de llevar al drama a otro nivel. Dinklage encarna a Tyrion Lannister, un enano despreciado por su propia familia, que da clases de actuación con cada expresión verbal y no verbal.

Las escenas en las que participa este actor se convierten en algo especial, no solo gracias a su interpretación, sino a un parlamento cuidadosamente escrito, en el que el sarcasmo y la ironía se fusionan a favor de un personaje de poca estatura pero de gran envergadura.

Uno no puede dejar de sentir empatía hacia Tyrion, y es justamente este sentimiento el que afecta nuestros sentidos cuando vemos al resto de personajes. La reina Cersei, interpretada por Lena Heady, sufre al ver que pierde autoridad frente a su hijo, el rey Joffrey. Las expresiones faciales de la actriz denotan una impotencia universal de una madre que no puede controlar a su hijo. Joffrey, encarnado por el joven Jack Gleeson, brinda risas a pesar de su crueldad, debido a que en el fondo sigue siendo un niño temeroso y cobarde, escondido debajo de la falda de su madre, con cara de espanto.

Pero quizá la mayor sorpresa del inicio de esta tercera temporada reside en el personaje de Daenerys Targaryen, la reina de los dragones, quien dejó atrás su papel de dama en peligro para mutar en una de las candidatas más fuertes al trono. Su evolución personal está enmarcada en una de las escenas mejor producidas de la historia de la televisión junto con uno de sus queridos hijos, un dragón que reivindica el poder de su madre.

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Este ejercicio de paciencia rinde sus frutos para aquel televidente que no se siente atraído por este tipo de historias. Ver por primera vez la serie puede resultar un dolor de cabeza por la superpoblación de personajes. Un segundo vistazo ofrecerá un mejor entendimiento del complicado entorno de este universo. La tercera vez... es ahí en la que llega la magia televisiva de Game of Thrones y cómo cada escena, cuidadosamente preparada y ejecutada, despierta nuestra imaginación. La paciencia hace la excelencia.

* Domingos, 20:00 por HBO.