Por: Gourman | elgourman@gmail.com

Hay que entender la diferencia entre viejo y clásico. Y es que un clásico de Guayaquil está cumpliendo 20 años de historia.

La Casa Di Carlo, restaurante italiano fundado en 1997 por Carlo Colombara en la ciudadela Guayaquil Norte, mz. 19, a una cuadra de la avenida Miguel H. Alcívar, puede darse el lujo de haber sobrevivido con éxito un lapso que más del 90% de los restaurantes no resiste.

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Es conocido por todos, frecuentado por muchos y premiado por varios gremios y cofradías. Es común ver personas conversando de mesa a mesa.

Quizá porque tiene algo que lo hace a uno sentirse en casa, no solamente por su decoración, sino también por esas historias que al pasar de los años quedan en el recuerdo de los habitués, que se ganan únicamente con años compartiendo buena comida, buenos momentos, con un buen anfitrión.

El lugar está dispuesto realmente como una casa. Hasta se ve la piscina y las paredes de la sala con piedra pómez, sirviendo de marco para mesas, pasamanos y ventanas de madera, evocando una vivienda rural italiana, que dan la sensación de confort y distensión.

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En el menú vi platos nuevos. Algunos comparten carta con Carlo y Carla, el segundo restaurante de Colombara, ubicado en Plaza Lagos.

Iniciamos nuestra cena con La Caravella, un soufflé de jaiba perfumado con eneldo, gratinado al horno con queso gruyere y caviar negro, una entrada que recomiendo. Su textura es espuma en la boca, como debe ser un soufflé, sumamente delicado, sin perder el sabor de la jaiba.

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Pasamos a los arroces y elegimos uno de preparación atrevida, el risotto fucsia, al vino blanco con beterava, fondue de queso camembert y un toque de vinagre balsámico. Se me antoja que en este plato la beterava no debe ser fácil de trabajar por su alto aporte de azúcares y betalaína, sin embargo, el cocinero logra un balance muy interesante entre este sabor peculiar y el queso camembert. Disfruté mucho el plato.

En seguida, cannelloni Afrodita, rellenos de jaiba perfumada al pernod, crema de leche, gratinados con queso gruyere, plato que tuvo gran acogida en la mesa; para luego pasar a uno de mis favoritos, el fettuccine hecho en casa, con ragú de pato, funghi porcini y un toque de queso de cabra maduro rayado.

Es un plato exquisito. La pasta inmejorable, el ragú sumamente delicado, de gusto y aroma penetrante, liga perfectamente con los hongos, para luego cambiar de sabor y dejar al final uno nuevo con el queso maduro.

Es un plato cuyo sabor evoluciona. En Di Carlo se puede encontrar tanto cocina italiana típica y básica, como platos de autor con algo más de diseño y carácter. No es un sitio barato. Una persona podrá gastar entre $ 40 y $ 50 si pide entrada y plato fuerte, sin vino. Pese a su costo, por lo acogedor y por su buena calidad, ha sobrevivido la prueba de las dos décadas. (O)

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El lugar está dispuesto realmente como una casa. Hasta se ve la piscina y las paredes de la sala con piedra pómez, sirviendo de marco para mesas, pasamanos y ventanas de madera, evocando una vivienda rural italiana, que dan la sensación de confort y distensión”.