La edad puede ser un otero desde el que podemos divisar la historia. Cuando tenemos suficientes años, nos podemos dar cuenta de los afanes que han inspirado a todos los gobiernos. Casi los mismos. Desde que volvimos a la democracia con el gobierno de Jaime Roldós, el país ha progresado. Desde esos días ningún gobierno ha disfrutado de tanto dinero como el actual ni de tanto poder autorizado por la Constitución. Todos los presidentes gobernaron sin mayoría en el Congreso, salvo la primera parte de la administración Borja, y todos cumplieron con su deber. Unos fueron mejores que otros. Mucho se exageró el problema de la pugna de poderes. Se oculta que tuvimos cuatro gobiernos constitucionales que cumplieron con su mandato sin interrupción y el país progresó. Ninguno terminó enlodado por la corrupción como el actual. Hemos escuchado de cohechos millonarios cuyos autores no aparecen porque no conviene que se conozcan y nos constan los esfuerzos de desviar la atención. Se ha quemado el tiempo útil. Pasado mañana serán las elecciones.

Se oculta que tuvimos cuatro gobiernos constitucionales que cumplieron con su mandato sin interrupción y el país progresó. Ninguno terminó enlodado por la corrupción como el actual.

Hasta los próximos días no conoceremos quién robó y cuánto. Sospechamos que faltan los grandes tiburones. Aparece solo la punta del iceberg, pero su gran masa corrupta sigue sumergida. Mientras tanto, siguen las cortes de justicia, el resultado del perverso sistema de la designación de autoridades de control, la feria de préstamos para mantener la burocracia. La impunidad. Este gobierno necesita que los jueces sean benévolos y exoneren de culpa a los amigos, a quienes los nombraron.

No tengo razones para el optimismo. Se necesita una nueva Constitución, porque la actual ha probado que no es la mejor para el ejercicio de la democracia. Ha liquidado la división de poderes minimizando la importancia del Congreso, donde reside la soberanía del pueblo. Prefiero el Parlamento de los cenicerazos, de la dinamita y del honorable órgano de Vicente Leví, las broncas y los insultos que surgen de la pasión política, a esa mayoría de carneros que siguen a Panurgo hacia el naufragio de la democracia. Aunque la corrupción no está en los órganos de poder sino en la conciencia de quienes lo ejercen en beneficio propio. Ya lo dijo Velasco Ibarra. La actual Constitución incita a los corruptos porque dificulta la fiscalización. Es la que prefieren los autócratas y megalómanos. Esta, mi voz, clamó en el desierto cuando atribuyó a la de Montecristi el degüello de la democracia.

Tenemos la obligación cívica de votar, también los viejos, y escoger a los mejores candidatos. Puede ser difícil, pero es lo que tenemos. Votemos bien. (O)