El mes pasado la Orquesta Sinfónica de Guayaquil anunció que sus últimos días llegarían pronto. Tan devastadora noticia nos dejó un sabor amargo a quienes solíamos disfrutarla. Sin embargo, es más amarga la aflicción que agobia al saber que este es solo el principio de una serie de menoscabos artísticos para mantener presión política sobre la cultura.

El Ministerio de Cultura dictando cómo, cuándo y dónde debe hacerse música, y la Sayce –opino–, son principales culpables de la involución musical que atraviesa el país; mediante la ley, no hacen más que quitar la libertad a los músicos con falsos discursos de antinacionalismo o con una ambigua definición de los “derechos de autor”. La música a lo largo de su historia logró desarrollarse por la unión creativa de los músicos, creando una escena para explorar un sonido o filosofía. Este fue el caso del glam metal en los años 80, década donde las bandas en lugar de demandarse las unas a las otras por “plagios” o de sentirse “traidoras a la patria” por emplear ritmos extranjeros, hicieron giras juntas para darse a conocer; compartir y desarrollar sus sonidos, juntas. Este caso es el del krautrock alemán, el romanticismo europeo, el rock argentino, el jazz americano y más. Este no es el caso de Ecuador. En Ecuador no hay escena. Dadas las pocas oportunidades, por interferencia política del Ministerio, los músicos prefieren competir antes que compartir; los cobros de Sayce son amenaza para los músicos principiantes, desincentivan a los clientes a contratarlos y pierden popularidad, su creatividad va cada vez más muriendo bajo la amenaza de ser demandados, o de no ser tomados en cuenta. El caso de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil es vivo reflejo de este problema. Si queremos que el arte florezca de nuevo en el país, es necesario dejar atrás las interferencias políticas y los intereses de pequeños gremios, y promover la unión creativa de los artistas. La historia lo demuestra.(O)

Jorge Emilio Lince Procel, Guayaquil