El escenario de la campaña política está marcado por un profundo escepticismo y más allá de quién llegue a Carondelet en 2017, nuestra sociedad fragmentada da muestras de una crisis de representación, propia de la democracia restringida que vivimos y que esporádicamente nos convoca a las urnas.

No es la primera vez que entre los candidatos para asambleístas encontramos figuras del espectáculo que buscan incursionar en política, asumir el rol de portavoces del pueblo y formular leyes, interpretando uno de los papeles, sin duda, más extraños de su carrera. Vertiginosamente intentan demostrar que siempre han sido muy reflexivos sobre la realidad nacional y su bancada escarba hasta encajarlos en una trayectoria de preparación, vinculación o trabajo social, porque lamentablemente sigue siendo provechosa electoralmente la popularidad de ciertas figuras de televisión, cotizadas como capital político estratégico con tal de sumar escaños.

El rumbo errante de quienes aspiran a representarnos es transversal a todos los sectores políticos y ejemplos tragicómicos sobran, como el de Álvaro Noboa que según sus irrisorias encuestas sería el próximo presidente de la República y sin embargo desiste de su candidatura pero envía a todo su batallón de combate a la contienda electoral y peor aun ejemplificando en Reagan la posibilidad de que estrellas de la pantalla se transformen en figuras políticas. Al menos el norteamericano fue dirigente sindical de su gremio antes de candidato presidencial republicano.

Los binomios presidenciables no se quedan atrás, con sus discursos demagógicos de izquierda y derecha dicen venir renovados para recuperar la senda del crecimiento y estabilidad macroeconómica. En este tortuoso camino nos encontramos con Lenin Moreno que intentando demostrar su individualidad esboza alguna crítica al régimen para retractarse al día siguiente, Guillermo Lasso que sólo habla de economía pensando en el Estado como una empresa más, Paco Moncayo que con su acuerdo nacional por el cambio no ofrece muchos cambios, Cynthia Viteri que no logra escapar al peso de la historia socialcristiana, ni a la fallida receta neoliberal de su binomio y otros más perdidos que ni vale la pena mencionar. La incongruencia de la oferta electoral es interminable, continúa con Andrés Páez proclamado irónicamente como “líder de la resistencia” por aprovechar la coyuntura de la ley de herencias y pararse al frente en la Tribuna de los Shyris, cuando los verdaderos líderes y lideresas están en las comunidades luchando a diario; pasando por las acrobacias electorales de Paúl Carrasco, la resucitación de Lucio Gutiérrez, hasta Jorge Glas que ni con todo el aparato Estatal logra entusiasmar, en fin muchas incoherencias con las que el electorado debe lidiar.

Frente a este escenario, se vuelve imperante el rol protagónico de una sociedad organizada, lúcida y activa, no como individuos aislados, fraccionados, indiferentes, reducidos a votos y materializados en papeletas. Es hora de reconstruir el tejido social desde el patrimonio de nuestras luchas, saberes, conquistas e identidades y demostrar que no queremos que hagan de la política un reality show, de formarnos constantemente en la reflexión y debatir lo que sucede a nuestro alrededor, pues si sólo se requiere la mayoría de edad para ser asambleísta, es nuestra responsabilidad otorgar la oportunidad a dirigentes sociales, artistas, pensadores, activistas, personas que más allá del título, sean irrefutablemente reconocidas por su entrega y labor en sus comunidades, en definitiva que piensen, actúen y representen al país que queremos construir.