Los premios literarios, sometidos a todo tipo de circunstancias, incluida la de la suerte, no siempre son certeros. Mas la novela La curiosa muerte de María del Río (Bogotá, Alfaguara, 2016), del escritor cuencano Juan Pablo Castro Rodas, ganó en 2015 el premio de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil y, hace pocos días, obtuvo el reconocimiento del Municipio de Quito como la mejor novela publicada en el año 2016, lo que confirma a Castro Rodas como un gran autor. Estos galardones justifican que el público se interese por leer esta novela, una trepidante indagación detectivesca.

El asesinato ocurre en Cuenca pero el policía designado para resolverlo visita Guayaquil y Quito en busca de pistas. El teniente Veintimilla, el detective Sánchez y el fotógrafo Acevedo son los encargados, en primera instancia, de dilucidar el crimen horrendo cometido en la persona de un viejo profesor universitario. Al parecer, el delito tendría relación con un lado escondido del maestro. La voz narrativa explica los recorridos de la búsqueda para determinar los autores, cómplices y encubridores del crimen, pero sobre todo se interesa por conocer detalles de aquel extraño universo que va siendo revelado.

Al referirse a esas zonas de penumbra en nuestras vidas, el narrador dice: “detrás de lo que se ve, siempre hay algo oculto, como el rostro que se intuye debajo de un antifaz”. La novela muestra a un detective que sufre no solamente los callejones sin salida de la pesquisa, sino también la enfermedad que lo mina, además de la soledad que lo roe, atormentado por un recuerdo amoroso que se ha convertido en un ilusorio aliciente del modo desordenado en que vive. La novela revelará, al final, los móviles del crimen, sí, pero ante todo es una interrogación sobre cuánto nos desconocemos unos a otros.

Poco a poco se va conociendo que el asesinado era un hombre de doble rostro, no solo por disfrazarse de María del Río en un club nocturno, sino por las maniobras que hace para deshacerse de quienes consideraba enemigos en la facultad en la que laboraba y en los medios literarios. De este docente iremos sabiendo que acosaba sexualmente a sus alumnos y que coqueteaba con los poderosos para obtener becas y viajes. Incluso mueve sus influencias con ministros y allegados al poder para que le den el premio Diógenez Icaza, “esa gilipollez que otorga el Estado a una figura reconocida de las letras”. ¿Alguien puede merecer una muerte violenta?

En busca de claves, el teniente Veintimilla descarta a un posible sospechoso porque “le faltaban las artes para ser un asesino”. Esta observación condensa la poética de esta novela porque nos recuerda que el detective y los lectores deben derrotar a quien cree que puede cometer el crimen perfecto. La novela de Juan Pablo Castro Rodas despliega un estupendo arte narrativo que acerca la vida al juego literario gracias a “la constatación de que en todo cuerpo habita otro, un monstruo que pugna por salir”. Por cierto, el lector debe descubrir qué hacen tantos gatos en las páginas del libro. Y también mirar de frente a su monstruo interior. (O)