La Iglesia católica “contra viento y marea” defiende la vida. Personas cristianas o no, conscientes del valor de la vida humana, no cantan “La vida no vale nada”.

Las muertes violentas se realizan en las guerras:

1) Las guerras son una enfermedad humana. Solo la guerra para legítima defensa es admisible. Terminada la guerra, se reconoce en silencio: -que la realidad posterior hubiera sido igual o mejor, sin la guerra; -que hubiera sido posible evitarla, recurriendo a los valores humanos del diálogo, es decir, tomando en cuenta la parte de derecho que reclama el otro.

Hay dirigentes que promueven la guerra con pretextos, que ocultan intereses de diverso género. No se empeñan en evitar la guerra, también, porque su vida corre mucho menos peligro que la de los ciudadanos de a pie, los jóvenes indefensos, enfervorizados para jugarse la vida.

2) Se han multiplicado los asesinatos: -por la carencia de educación en valores humanos; -por la inconsciencia de la embriaguez; -por la codicia; -por pugnas callejeras.

3) El aborto está trivializado y de moda, al punto que quien se opone al aborto es considerado como “conservador” desfasado.

Esta trivialización del aborto no es solo una de las expresiones del viejo egoísmo; es particularmente peligrosa, porque crece en el silencio, en la oscuridad y en la irresponsabilidad social. Las sociedades económicamente más ricas ya no pueden ocultar su envejecimiento: se refugian en algunas inmigraciones, que su orgullo, fiel compañero del egoísmo, pretende presentar como acogida generosa.

Durante los 21 años de mi servicio episcopal en la diócesis de Latacunga y los 18 en Manabí conversé con mujeres deseosas de “reconciliarse” después de “haber caído” en un aborto. Solo el obispo, o un sacerdote delegado por él, podía reconciliarlas. Durante el milenio pasado el acceso desde algunas parroquias, barrios o recintos a Latacunga y a Portoviejo era muy difícil.

Esas mujeres que no podían acudir a la sede episcopal masticaban en el silencio de su conciencia un complejo de culpa. Algunas se habían alejado de la comunidad cristiana.

Los “años santos” están destinados a facilitar el reencuentro de los cristianos con Cristo. El aborto es tan grave que quienes lo cometen se excomulgan de la comunidad cristiana.

El papa Francisco ha decidido que esta facilidad no termine con los “años santos”.

En Carta, con la que concluye el Año Santo de la Misericordia, escribe: “Para que ningún obstáculo se interponga entre la petición de reconciliación y el perdón de Dios a quienes hayan procurado el aborto, todo sacerdote tiene facultad de reconciliar a la mujer que ha abortado (libremente) y a quienes hayan procurado el aborto”.

No puede interpretarse la facilidad para que los creyentes arrepentidos se reconcilien con una disminución de la gravedad del aborto.

La carta del papa Francisco en lo relativo al aborto se resume en dos afirmaciones: primera, el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente; segunda, “no existe ningún pecado, que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir”. (O)